La política reclama hoy equipos con la instrumentación intelectual adecuada para abordar los problemas a los que se enfrentan las sociedades desarrolladas en toda su complejidad. Sin embargo, una eficiencia que pretenda apoyarse sólo en una fundamentación técnica de la actuación política está llamada al fracaso pues solo pasar por alto que la política está convocada esencialmente a la mejora de las condiciones de vida de las personas en un ambiente de verdadera participación y de control efectivo del poder.
Esta consideración está en la entraña misma de las denominadas políticas de centro porque al fin y al cabo la consideración de que la solución a los problemas humanos y sociales se alcanza por una vía técnica podríamos calificarla como idea matriz de lo que se denomina “ideología tecnocrática”, dominio de la tecnoestrutura, primado del tecnosistema, por cierto hoy de gran actualidad.
Esta afirmación sobre la hegemonía de la ideología tecnocrática recuerda la versión más negativa de la ideología, como discurso cerrado, reductivo y dogmático por cuanto se asienta en la despersonalización del individuo y en la desocialización de los grupos humanos. Tal esquema lo podemos encontrar en los intervencionismos más intensos como en los liberalismos más radicales.
La eficacia de la política no se apoya sólo –no puede hacerlo- en el rigor técnico de los análisis y sus aplicaciones, aunque este valor deba tomarse siempre en consideración. Es necesario el sentido práctico, muy próximo al realismo, al sentido de la realidad que también desde el centro se reclama.
Muchas veces la solución técnica más intachable, la más correctamente elaborada es inviable, o puede incluso ser perjudicial porque los hombres y las mujeres a los que va dirigida no son sólo pura racionalidad, ni sujetos pasivos de la acción política, ni entidades inertes, cuya conducta pueda ser preestablecida.
Por eso, frente a los populismos que expresan las más puras esencias del doctrinarismo radical de una u otra orilla ideológica, y frente a la alianza tecnoestructural entre poder político, financiero y mediático, que en el fondo se confunden, precisamos políticas más humanas, más moderadas, más realistas. Hoy más necesarias.
Jaime Rodríguez-Arana