La radicalización de la vida política y social es hoy una característica de los tiempos en que vivimos. Sus causas son complejas pero pueden resumirse señalando que debilidad de la defensa del Estado de Derecho y de su anverso, la democracia, o al revés, como se quiera, han propiciado el auge de populismos de uno y otro signo que están ocupando rápidamente el espacio de que quienes debieron defender las libertades y valores del Estado de Derecho y prefirieron disfrutar de las poltronas cediendo a diestra y siniestra aspectos esenciales de la vida democrática.

 

Entre nosotros, también los populismos de uno u otro signo azuzan sus posiciones radicales en vísperas de un año electoral por partida doble. De nuevo, pues, la confrontación, el enfrentamiento, el dominio del pensamiento único, se adueñan del espacio político. Por eso, también en tiempos electorales reclamamos espacios de moderación, de equilibrio, de entendimiento. Precisamos más mentalidad abierta, más capacidad de encuentro y más sensibilidad social.

 

Hoy, es imprescindible una mayor apertura a los intereses de la sociedad que supere esa visión tecnoestructural, cerrada, que concibe la política como un procedimiento, por el precio que sea, para  instalarse perpetuarse en el poder. Esa apertura a la realidad social no es una apertura mecánica, una pura prospectiva, que nos haría caer en una nueva tecnocracia, que podríamos denominar sociométrica, tan censurable como la que llamaríamos clásica. La exigencia de apertura es una llamada a una auténtica participación social en el proyecto político propio, participación que no significa necesariamente participación política militante o profesional, sino participación política en el sentido de participación en el debate público, de intercambio de pareceres, de interés por la cosa pública, de participación en la actividad social en sus múltiples manifestaciones, de acuerdo con nuestros intereses, implicándose consecuentemente en su gestión con los criterios de moderación y de conocimiento.

 

Mentalidad abierta, metodología del entendimiento, sensibilidad social, compromiso con la realidad, racionalidad y, sobre todo centralidad de la dignidad humana, son las características más relevantes que acompañan a una nueva forma de estar y realizar la política. Una política en la que se entienda que la confrontación no es el primer y principal componente de la vida social, sino al contrario, el acuerdo y el entendimiento, que deben buscarse con esfuerzo sostenido, inteligente y creativo, y nunca podrán acabar, ni sería en absoluto deseable que lo hiciera, con el disenso, la variedad de opiniones en cuanto a los fines, los medios, o incluso a la realidad presente. Desde el centro político no se definen, pues, situaciones ideales, ni sociedades perfectas, ni relaciones de concordia absoluta, que solo se encontrará en la paz del paraíso. De lo que se trata es de subrayar la necesidad de conducir y edificar la política de un modo nuevo, sobre nuevas bases, que nadie ha inventado, que ya estaban ahí más o menos explicitadas, pero que es preciso asumir, remozar, reforzar y extender.

 

 

Para ello es necesario, en primer lugar, una mentalidad abierta a la realidad y a la experiencia, que nos haga adoptar aquella actitud socrática de reconocer la propia ignorancia, la limitación de nuestro conocimiento como la sabiduría propia humana, lejos de todo dogmatismo, y al mismo tiempo de todo escepticismo paralizador y esterilizador que nos impulsa necesariamente a una búsqueda permanente y sin tregua, ya que la mejora moral del hombre alcanza la vida entera.

 

En segundo término, es menester una actitud dialogante, consecuencia inmediata de lo anterior, con un permanente ejercicio del pensamiento dinámico y compatible, que nos permite captar la realidad no en díadas, tríadas, opuestas o excluyentes, sino percatándonos, de acuerdo con aquel dicho del filósofo antiguo de que, en el ámbito humano y natural, todo está en todo. Percatándonos de que en la búsqueda de la pobre porción de certezas que por nuestra cuenta podamos alcanzar, necesitamos el concurso de quienes nos rodean, de aquellos con los que convivimos.

 

Y, en tercer lugar, es fundamental una disposición de comprensión, apertura y respeto absoluto a la persona, a todos los seres humanos, a los que están en camino, a los que tienen dificultados para salir adelante, a los que están en fase final aquejados de graves patologías, consecuencia de nuestra convicción profunda de que sobre los derechos humanos debe asentarse toda acción política y toda acción democrática.

 

Para terminar, en lugar de pensamiento único, pensamiento abierto, en lugar de pensamiento unilateral, pensamiento plural, en lugar de pensamiento estático, pensamiento dinámico. Precisamos más moderación, más concordia, más sentido común, más entendimiento en el marco, es obvio, de la defensa y exposición de las ideas propias, que, solo faltaría, se expresan en forma de convicciones.

 

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana