La victoria de Syriza en las recientes elecciones griegas  y los pronósticos que acompañan la irrupción de Podemos tras sus sorprendentes resultados en las europeas del año pasado, confirman una peligrosa tendencia que se cierne sobre el viejo continente.  Un escenario dominado  por la decadencia   del que son responsables quienes pudiendo realizar las reformas que reclama la ciudadanía se refugian  en un inmovilismo que les permite seguir sentados cómodamente en la poltrona. Cada día que pasa sin que se realicen las reformas que precisamos, aumentan las expectativas del populismo, que hábilmente se está apropiando de tanta indignación como existe a causa de esa corrupción pública y privada que en los últimos tiempos caracteriza la realidad de tantos países europeos, incluido  España, por supuesto.
En efecto, tras la victoria de Syriza, se  observa una tendencia que debiera preocupar a los dirigentes de los partidos tradicionales pues, junto a la ascendente abstención en las últimas elecciones realizadas en Francia,  del 38%,  ahora el Frente Nacional parece ser el partido que recibiría más apoyos en las próximas legislativas del país vecino.
En Noruega el partido del progreso  tiene un 22.9 % de los votos. En Finlandia, el partido Verdaderos Finlandeses, que promovió el no al rescate griego, llegó al 19.05 de presencia en el parlamento.  En Dinamarca, el partido Popular está en el 12.3%,  en Suiza el partido Popular ya está en el 28.9%, en Holanda, el partido de la Libertad se sitúa en el 15.5 % de la representación parlamentaria o, en Hungría, el grupo Jobblk dispone ya del  16.7% de los escaños.
Ciertamente, los apoyos que cosecha el populismo, tanto  de  derecha  como de   izquierda,  crecen donde los partidos de gobierno practican políticas que empeoran el  bienestar de los ciudadanos. En este contexto, el desempleo alcanza dígitos inaceptables, la inestabilidad social aparece con insólitas características y, ante la debilidad de muchos gobiernos que prefieren mantener el poder a gobernar con sensibilidad social, se empieza a mascar un ambiente que pone en cuestión las bases de la democracia y que reniega del proyecto europeo, que lamentablemente se tiñe de eficientismo y economicismo, dejando libre el espacio para enarbola, como señuelo,  los postulados democráticos más elementales.
No nos engañemos, si castigamos a la población y envilecemos las condiciones de vida de los ciudadanos, mientras los dirigentes conservan privilegios y prerrogativas, estamos propiciando un peligroso ambiente en el que aflorarán, sin especiales dificultades, ideologías  dispuestas a levantar al pueblo contra estos despotismos más o menos blandos. No puede ser, de ninguna manera, que el sacrificio de la mayoría social, especialmente de quienes menos tienen, esté financiando un colosal aparato público y el reflotamiento de las instituciones financieras que se llevan la friolera de miles de millones de euros mientras los gobiernos amigos de tales minorías castigan por doquier a las clases medias y bajas de la población.
Sin embargo, el proyecto europeo, tan necesitado de auténtica integración, de  solidaridad y de estructuras de gobierno  sólidas y compactas,  pierde posiciones en el mundo global y sus  puntos de vista y decisiones cada vez tienen menos fuerza. Por ejemplo,  ¿por qué no es posible que Europa esté presidia por un presidente elegido por sufragio universal, por qué el parlamento europeo no tiene verdaderos poderes legislativos, por qué no se avanza de verdad hacia el federalismo?. Por una sencilla razón, porque los políticos que nos han tocado en suerte en este tiempo , no es casualidad, ni tienen  talla de estadistas ni se atreven a tomar medida alguna que pueda poner en peligro  su posición de poder.
En fin, la pregunta es: ¿por qué el ascenso de los populismos?. ¿por qué tanta tardanza en las reformas políticas?. O, si se quiere, ¿por qué los ciudadanos tenemos que soportar tanta incompetencia, tanta corrupción?. Peor todavía, ¿por qué se está entregando el poder y la asunción de las responsabilidad a grupos extremistas?. En Grecia, por lo pronto,  extrema izquierda y extrema derecha, de la mano. Veremos cómo termina este peculiar matrimonio.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es