Francis Fukuyama es un conocido politólogo norteamericano de origen oriental que hace algunos años pasó a la historia del pensamiento político por su tesis del fin de la Historia, por su teoría sobre la victoria irreversible de la democracia liberal. Tal doctrina viene a afirmar que el modelo de la democracia liberal constituye el objetivo final al que se dirige el curso de la historia política. Tal pronostico, discutible y discutido, vuelve a ser planteado en uno de sus últimos ensayos: “Orden político y decadencia política”.
Este libro aborda muchos  temas relativos a la actual crisis institucional de nuestras democracias y al progresivo vaciamiento del interés general a manos de las tecnoestructuras financieras y políticas. Ahora,  sin embargo, quisiera brevemente llamar la atención acerca de este determinismo mecanicista que sigue exhibiendo Fukuyama porque de alguna manera  la excepcionalidad y superioridad moral de la democracia liberal, ni es un dogma de fe ni tampoco es un aserto que se pueda predicar completamente  en  todas las latitudes del globo.
En efecto,  el  orden político no es consecuencia de una necesidad puramente biológica, no es la superación de un estado de naturaleza prepolítico que hiciera peligrar la supervivencia de las personas. Menos todavía, como pretende Fukuyama, trae causa de una lógica histórica inalterable y que actúa con independencia de las decisiones libres y responsables de los individuos arrebatándoles el protagonismo que obviamente, tienen, y seguirán teniendo en el curso de la historia.
La historia no es lineal, no es mecánica, está sujeta a vueltas y contravueltas, a cambios de ritmo, tantas veces a la imprevisión. Y, sobre todo, la evolución de la historia no se puede deslindar de la acción u omisión de los hombres. Tal pretensión equivaldría a la afirmación de una verdad única e inmutable en una materia, la política, que es probablemente de las más cambiantes y movedizas de cuantas ciencias sociales existen.
Por otra parte, la democracia liberal anclada en los postulados del Estado de Derecho, hoy se encuentra en franca crisis. No hay más, para constatarla, que analizar el grado en que sus principios se realizan en la realidad de nuestros sistemas. ¿Hay superación real de los poderes?. ¿Está realmente sometido a control el ejercicio de la función política?. ¿Son los derechos fundamentales de la persona, también los sociales, el centro y la raíz del Estado y del sistema de gobierno?. ¿Puede la Administración y el Gobierno preservar y asegurar la defensa del interés general?.
La contestación a estas cuatro preguntas marca el grado de realización concreta de los fundamentos de la democracia liberal, un modelo que debe ser repensado precisamente para recuperar sus principios. De lo contrario, frente a la obvia privatización del interés general que hoy se observa en tantas democracias, emergerán formas demagógicas, nuevos marxismos, que volverán, es su destino lógico,  a usar la democracia para destruirla. Todo por culpa de esas minorías tecnoestructurales que, en el fondo, tan poco apego tienen a la democracia, un sistema que es el gobierno del pueblo, por y para el pueblo.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana