Una de las manifestaciones de la crisis económica, y moral, del tiempo en que vivimos reside en la arraigada creencia de que las inversiones deben ser realizadas con el único y exclusivo objetivo de lucrarse sin más consideraciones. Tal perspectiva, propia de esa máxima tan extendida: obtener el mayor beneficio en el más breve plazo de tiempo posible, alimenta una oleada creciente de corrupción tal y como hemos registrado en este tiempo.
La denominada economía del bien común, o también economía de interés general, plantea nuevas formas de entender mercado aliadas con la sensibilidad social. Un buen ejemplo es la llamada “impact investing”, una modalidad de inversión dirigida a la mejora de las condiciones de vida de determinadas comunidades o colectividades sin recursos o en estado de pobreza sin por ello renunciar a un razonable beneficio.
La Global Impact Investing Network concibe esta singular experiencia financiera como inversiones en empresas, organizaciones y fondos encaminadas a generar un impacto social y mediombiental en la denominada base de la pirámide: esa ingente masa de millones de personas olvidadas del mundo de los negocios. Para ello, como señala Alvaro Rojas en un reciente servicio de Aceprensa, se garantiza el retorno del capital y unas ganancias razonables. A día de hoy se calcula, no es una cifra muy alta, que a estos menesteres,  a generar impactos positivos en las comunidades pobres, se destinan aproximadamente 8.000 millones de dólares en todo el mundo. Una cantidad pequeña, sí, pero llamada a un crecimiento exponencial en cuanto sea más conocida esta fórmula financiera.
Si pensamos que el dinero y la economía en general deben estar al servicio de la dignidad del ser humano, y no al revés, esta fórmula discurre en esta dirección y ayuda sobremanera a empezar a apuntalar el orden económico y financiero a partir del  ser humano y su libre y solidario desarrollo. Solidaridad y beneficio no solo no son antagónicos sino que se pueden aliar y cooperar en orden a la mejora permanente e integral de las condiciones de vida de los habitantes.
La “impact investing” parte de la evaluación de las consecuencias que cada inversión tiene en el ámbito social y ambiental, de forma y manera que, si se quiere, se puede saber, a través de determinados indicadores, si determinada inversión será ética o no, estará orientada a fomentar el desarrollo libre y solidario de comunidades pobres, o no. En esta metodología de trabajo, los actores involucrados en este tipo de inversiones diagnostican las necesidades reales de cada comunidad y disponen los recursos en función de proyectos concretos.
Por ejemplo, en la India, Spring Health, una empresa de gestión del agua, suministra agua potable a 170 núcleos de población a través de los propietarios de las estaciones de bombeo. El líquido, que se purifica en el punto de venta a través de una muy conocida y económica técnica de cloración,  llega a 85.000 consumidores  con una previsión de alcanzar  los 100 millones nada menos que en una década y una previsión de beneficios en poco tiempo.
Esta iniciativa, aunque reciente y todavía en fase de pruebas, corre como la pólvora y presagia la llegada de ese capitalismo del bien común o economía del bien común, una forma de ejercicio de la actividad económica que garantiza que beneficio y solidaridad, solidaridad y beneficio son compatibles y complementarios. Casi nada.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana