Cualquier observador de la realidad iberoamericana del presente, sobre todo de las políticas que se llevan a cabo en Cuba, Venezuela, Bolivia y, en menor medida, en el Ecuador, se percatará de la hoja de ruta que han diseñada quienes ahora en España, tras haber oficiado a bombo y platillo al servicio del denominado socialismo latinoamericano del siglo XXI, pretenden ahora nada menos que encarnar la nueva socialdemocracia.
Venezuela, como es sabido, permite a su presidente legislar al margen del Parlamento como consecuencia de varios años de laminación de la oposición y de utilización partidaria del pueblo contra cualquier intento, por pequeño que sea, de disidencia o crítica. El poder judicial, ya no el legislativo afortunadamente, es utilizado a su antojo por el titular del poder ejecutivo, que gobierna con mano de hierro el país. Un país, el venezolano, con cuantiosos ingresos procedentes del petróleo que permite a su mandatario, como si del dueño del país se tratara, ir por el mundo adelante, chequera en mano, haciendo lo que le venga en mano, ya sea financiar petróleo barato para los pobres de “Manhattan” o para poner en circulación esos bonos solidarios que no hacen más que comprar la voluntad de millones de personas a las que se condena a la miseria a perpetuidad.
En Bolivia, a diario se comprueba el ejercicio alternativo del poder. El caso más sonado, con poco eco en la prensa española, me lo contaba el decano de una facultad de derecho iberoamericana tiempo atrás en un foro jurídico celebrado en Quito. Según parece en Cochabamba, una región boliviana, hace algún tiempo se levantaron los cocaleros frente a las “pobres” autoridades locales. Escribo “pobres” de intento porque al no ser del color del partido del presidente Morales, ante la violencia ejercida por los huelguistas, el poder central no permitió la protección a las autoridades locales con la siguiente advertencia: eso es lo que pasa cuándo se desafía al pueblo. Una amenaza en toda regla para quien se atreva a poner en cuestión el orden establecido.
En Ecuador, en menor medida ciertamente, las cosas siguen un rumbo parecido. Cómo el congreso de los diputados no es del gusto de quien manda, por decreto del presidente se consulta al pueblo sobre la convocatoria de una asamblea constituyente para cambiar el orden jurídico, igual que en Venezuela. Se establece un sistema de selección de asambleístas que prima a los adeptos al presidente. Luego se elabora una carta magna que afiance el poder establecido, que admita la reelección, y que, por ejemplo, la impida en el ámbito local si es que hay alcaldes de la oposición con posibilidades electorales.
Es decir, se practica una suerte de dictadura que lamina los más elementales derechos de la ciudadanía, sobre todos los derechos civiles y políticos. Lo importante es mantener siempre un ambiente de disolución de subversión, de culpabilizar a los ricos y a los antiguos dirigentes. Es verdad que la situación de la pobreza en estos países clama al cielo y que de ello tienen bastante responsabilidad las antiguas elites de los partidos. Pero no es menos cierto que en estos países en lugar de empobrecer más al pueblo, en lugar de utilizarlo permanentemente en la llamada democracia tumultuaria, habría que buscar soluciones a partir de sistemas educativos razonables y de medidas de lucha contra la pobreza exitosas.
Mientras los políticos no sean conscientes de la trascendencia que tiene la educación para los ciudadanos, seguiremos contemplando comos e pelean unos contra otros. ¿O es que Maduro, Morales o Correa están dispuestos a renunciar a la guerrilla ideológica que les permite disfrutar de un omnímodo poder, sin que nadie rechiste?. La hoja de ruta de estos nuevos marxistas es bien clara. El libreto no deja lugar a dudas. Pobres ciudadanos, pobres ciudadanos, ¿quien se preocupa realmente del bienestar del pueblo?. ¿Quién lo utiliza para golpear a los adversarios o posibles contrincantes?.
La verdad se construye históricamente, señaló Marx y enseguida encontró infinitos seguidores. Tantos cuantos juegan al resentimiento y al odio como esquemas de lucha política. ¿Cómo es posible que sistemas que en Iberoamérica han multiplicado la pobreza del pueblo y multiplicado el bienestar de la cúpula, se quieran implantar entre nosotros?. La estampa de las interminables colas de seres humanos esperando poder adquirir artículos de primera necesidad en Venezuela es el resultado de estas políticas. Aquí y ahora, quienes han apoyado las políticas del socialismo latinoamericano del siglo XXI, se presentan bajo la bandera de la socialdemocracia. ¿Sera posible?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
La página web de Jaime Rodríguez - Arana utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.
Asimismo puedes consultar toda la información relativa a nuestra política de cookies AQUÍ y sobre nuestra política de privacidad AQUÍ.