Tanta libertad como sea posible y tanta intervención como sea imprescindible. He aquí una vieja fórmula que vuelve a la actualidad. Que el capitalismo radical se haya derrumbado no quiere decir que volvamos a modelos radicales de otro signo claramente opuesto. De lo que se trata probablemente es de aprender lo que significa el concepto de libertad solidaria. Algo que, por lo que se ve, todavía no ha sido bien asumido pues de nuevo volvemos a una nueva crisis a la que aplicamos viejos soluciones, viejas formas de manipulación y propaganda. Todo por culpa de esa ideologitis que impide ver la realidad, dejarse ayudar incluso por los adversarios, tender puentes y, sobre todo, concitar entendimiento y unidad para entre todos salir adelante. Algo que solo entienden los estadistas, no una cuadrilla de ineptos y mediocres como los que en tantas latitudes tienen a su cargo nada menos que salvar vidas humanas y proteger a los más débiles y desvalidos.
 
Cuando se habla de globalización, de internacionalización o mundialización se pretende reflejar una característica elemental de la naturaleza de las relaciones  actuales que está transformando la realidad desde hace tiempo. Sin embargo, la globalización más importante es la de las mentes de las personas, en muchos casos atrapadas en la esclavitud de la obsesión  del pensamiento único, de la verticalidad y del oficialismo.
 
Hoy, en este tiempo de emergencia, de crisis global por la pandemia, entendemos con una luz nueva que  decisivo para vivir con dignidad en estos tiempos es cultivar la mentalidad abierta y esa capacidad para “ver” personas, para proteger y defender a los seres humanos en los diferentes campos del trabajo moderno. De lo contrario, la globalización podría traer consigo una de las más insoportables dictaduras jamás sospechada: el uso de las personas al servicio de esa ideología que tanto daño hace, usar y tirar a las personas en función de las necesidades de las tecnoestructuras, también de las partidarias.
 
La pandemia del coronavirus es una cuestión global que afecta a toda la humanidad. Una pandemia que debería ser combatida con los estándares más elevados de la gobernanza global. Sin embargo, salvo excepciones, estamos contemplando la clamorosa ausencia de previsión de la epidemia en muchos países por parte de la Autoridad sanitaria, estamos sorprendidos ante la ineptitud, negligencia e incompetencia en la gestión pública por parte de quienes están al frente de tantos gobiernos.
 
Por eso, precisamos normas globales que definan altos patrones y estándares de buen gobierno, especialmente en situaciones de crisis. No puede ser que por un mal gobierno o por una mala administración en estas situaciones mueran más personas. Lo que estamos contemplando en tiempo real en tantos países, en el nuestro de forma alarmante, no puede volver a pasar. De ninguna manera. Es una pena, pero donde haya jueces independientes, la responsabilidad penal y administrativa sera la consecuencia lógica de tanto desmán, de tanta negligencia.
 
Esta crítica situación por la que atravesamos subraya que lo realmente importante es construir un sistema de globalización dónde la sensibilidad humana sea un elemento esencial. O si, se quiere, que globalización y humanismo vayan de la mano, como si fueran las dos caras de un mismo fenómeno, como si fueran las dos caras de una misma moneda. Algo que, la menos hasta ahora, ha brillado por su ausencia y que ójala una vez que superemos la pandemia se instale de verdad entre nosotros.
 
La crisis del COVID-19, mal que nos pese, certifica que la vieja y enferma Europa, hoy una amarga realidad, o resurge de sus cenizas o dejará de existir al menos como ese magnífico proyecto cultural y político que, a través de la economía, aspira una integración en los principios de una civilización humanista.
 
El viejo continente, que en otros tiempos asumió una función de liderazgo mundial en asuntos de tanta enjundia como la centralidad de la dignidad de la persona y la lucha por los derechos humanos, hoy languidece lentamente, impotente y sin temple moral tal y como contemplamos a diario en los medios de comunicación.  ¿Dónde quedaron aquellas grandes aventuras del pensamiento, de la justicia y de la solidaridad que conformaron indeleblemente la identidad europea? Ahora, la supremacía de lo económico y lo financiero amenaza, y de qué manera, lo constatamos a diario, ese magnífico proyecto cultural y político forjado entre el pensamiento griego, el derecho de Roma y la solidaridad de matriz cristiana. En realidad, la pandemia que sufrimos en este tiempo ha caído como un mazazo sobre un proyecto que se había desviado de su rumbo tiempo atrás.
 
El COVID-19 ha asestado un duro golpe al proyecto europeo. No para noquearlo. Sí para abrir un proceso de reflexión serio sobre lo que es Europa, lo que debe ser y en lo que se ha convertido. ¿Serán capaces los actuales dirigentes de comprenderlo?.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana