La profunda crisis económica y financiera que asola el mundo en este tiempo está siendo contrarrestada con diferentes medidas, casi todas de orden estructural. Sin embargo, me parece que el calado y la dimensión de la crisis no sólo son de naturaleza  técnica,  por más que muchas de las soluciones diseñadas mejoren los instrumentos de control y de regulación, que buena falta hace. El problema es de orden moral y afecta nada menos que al desarrollo libre y solidario de las personas.
Desde un punto de vista sustancial podemos afirmar sin demasiados riesgos que las dos causas que mejor explican el fondo de la crisis tienen que ver con esa sentencia maquiavélica, tan conocida como practicada, que así reza: el fin justifica los medios. Es decir, por una parte, se ha pretendido mantener unas ratios de crecimiento económico sin importar sus consecuencias. Y, por otro lado,  lo único importante para los políticos era, y sigue siendo para una buena parte de ellos, mantenerse y conservar, como sea, a como dé lugar, el poder. Crecimiento económico y mantenimiento del poder político han sido los dos grandes objetivos exclusivos de dirigentes financieros y políticos. Unos para ganar más y más, instaurando el lucro como máxima de la actividad económica y financiera. Otros para quedarse sentados en la poltrona al precio que sea.
En ambos casos, las consecuencias son obvias: abusos financieros, especulación, fraudes, manipulación de balances, sueldos desproporcionados, prevaricaciones, conflictos de intereses, cohechos, malversaciones, etc, etc, etc.
En efecto, cuando el crecimiento económico es la única variable a tener en cuenta, el futuro se desdeña y el sistema se centra en el hoy y ahora necesarios para mantener ese objetivo. En España, la construcción de viviendas y de obras públicas ha polarizado de tal modo la actividad económica que, al explotar la burbuja inmobiliaria, la realidad de la economía española ha quedado reducida a pavesas. Al no haberse apostado, como corresponde, a la investigación y al desarrollo, nos hemos quedado anclados sobre una profunda crisis cimentada sobre un “negocio” que ha traído consigo la existencia de un parque de un millón de viviendas imposibles de vender por presentar precios inaccesibles para los ciudadanos.
Por otra parte, cuándo el fin de la política es el mantenimiento y la conservación del poder, entonces las políticas no se diseñan para la mejora de las condiciones de vida de la gente. Más bien, se instrumentalizan al servicio de los intereses de los dirigentes, que solo tienen ojos para enquistarse en la poltrona. En este contexto, los gastos crecen y crecen buscando como domesticar mejor a los votantes pensando en volver a dominar en las próximas elecciones. Todo es posible cuando el fin justifica los medios.
La crisis económica y financiera que nos aqueja tiene, efectivamente, consideraciones morales que deben tenerse en cuenta. Si no se barajan, si no se contemplan en el entramado de soluciones que demanda la salía de la crisis, entonces seguiremos como hasta ahora. Pondremos algunos parches desde la racionalidad técnica, pero no habremos abordado, de ninguna manera, las causas reales y profundas de la crisis.
En otras palabras, mientras no exista el radical convencimiento de que el orden económico, social y político se funde en la centralidad de la persona humana, seguiremos corriendo fuera de la pista, seguiremos cosiendo sin hilo. Daremos palos de ciego. El problema, insisto, es moral, y morales deben ser las soluciones.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es