Con frecuencia, en diferentes aspectos de la vida humana encontramos responsables que piensan que los problemas se resuelven con normas o con órdenes, con leyes o con  mandatos. Es lo que se ha denominado efecto taumatúrgico de la norma o de la orden. Una norma o un mandato, por sí solo, así razonan estos grandes genios, resuelve el problema porque quien lo emite, un parlamento, encarnación de la soberanía del pueblo, o un dirigente público, encarnación personalizada del poder, cuándo se producen traen consigo, mecánicamente y automáticamente, debido a su privilegiado origen, la resolución del problema. Por tanto, precisamos de muchas normas y de muchas órdenes o mandatos de las autoridades para resolver todo cuanto problema surja en la vida social.
La realidad, sin embargo, discurre, bien lo saben los que se conducen por el sentido común, por otros derroteros. Si resulta que una de las causas de la crisis económica y financiera que sufrimos es que gastamos más de lo que podemos, sea desde el gobierno, sea desde las familias, lo razonable es  analizar seriamente  las causas de tal acontecer. El asunto es muy sencillo. Se gasta más de lo que se tiene, o de lo que se dispone, porque es posible. Y es posible porque hay quienes nos lo prestan. Y nos lo prestan porque es posible dar créditos de forma irresponsable. Se gasta irresponsablemente  porque irresponsablemente nos lo permiten, bien sea a través de créditos irresponsables, bien sea a través de irresponsables decisiones políticas que permiten el recurso constante a la deuda.
Ahora bien, ¿por qué las personas gastamos más de la cuenta?, ¿por qué nos creamos nuevas necesidades?, ¿por qué no nos contentamos con lo que permite llevar una vida digna?. He aquí preguntas que tienen más que ver con la cuestión de lo que podemos imaginarnos. ¿Por qué se ha implantado desde las terminales mediáticas de las diferentes tecnoestructuras ese consumismo agresivo que tantos réditos, de toda naturaleza, produce?. ¿Por qué se busca que el pueblo no atienda a los asuntos de interés general o entregue todo el poder a sus representantes sin exigir una rendición de cuentas razonable?.
¿Por qué Gobiernos y Administraciones se han entregado al endeudamiento de manera desaforada?. ¿Por qué no se sancionó en su día el gasto irresponsable?. ¿Por qué no se exigió, por ejemplo en España, que el gasto público, como dice la Constitución en su artículo 31.2 se realizara de acuerdo con la equidad y de forma eficiente?. ¿Por qué si se sabía a dónde podíamos llegar en términos de deuda pública se toleró el recurso permanente a la deuda en todas las Administraciones?.
La contestación a estas preguntas es compleja y multifactorial. Sin embargo, las conductas irresponsables en que hemos incurrido a nivel institucional y personal o familiar no se resuelven, sin más, por una norma o una orden, por una ley o un mandato. Las normas o las órdenes están bien, con carácter general, siempre que el ambiente cultural general las asuma. Como hemos gastado mucho, ahora hemos de recortar gastos y gastar menos. Es lógica esta posición. Pero la solución no viene por el camino de la prohibición o la sanción. La solución, si queremos que sea real, vendrá de la mano de la conducta libre y responsable de personas físicas y personas jurídicas. Mientras no entendamos que no tiene sentido gastar lo que no se tiene y que aumentar las deudas lleva al abismo algún día no estaremos en la senda de la comprensión del problema.
Esta es la cuestión, la eficiencia no se produce por decreto, se produce si libremente se asume como la mejor opción. Y para ello, el equilibrio presupuestario, la estabilidad financiera, serán comprendidos como componentes culturales de la actuación de las personas y de las instituciones cuándo comprendan que es lo mejor para ellas y para todos. Vivir por encima de las posibilidades nos ha llevado al precipicio, al abismo. Una situación que van a padecer sobre todo los que vendrán detrás. Ellos serán los que tengan que pagar nuestra deuda. Menudo sentido de la responsabilidad familiar, de solidaridad.
No se cambia la sociedad por decreto rezaba el título de un famoso libro de ciencia política de la segunda mitad del siglo pasado. No se cambia la irresponsabilidad por decreto. Probablemente se cambie si volvemos a la responsabilidad, a la solidaridad, a pensar en los demás. Si nos comprometemos realmente con los valores y cualidades democráticas. Esos que caracterizan al gobierno del pueblo, por y para el pueblo. ¿No?.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es