La discusión acerca del papel de los poderes públicos en relación con el mercado merece una reflexión sobre lo que algunos denominan los neos, sea el liberalismo, sea el intervencionismo. Decía Ortega y Gasset, no sin verdad, que los ismos suelen encerrar hemiplejías intelectuales. Estoy de acuerdo, la libertad debe realizarse en condiciones de racionalidad y de solidaridad, y la intervención para garantizar el primado del interés general.
La llegada del neoliberalismo supone, entre otras muchas cosas, la supresión de límites y controles a la libertad económica porque de lo que se trata es de que el sistema facilite que el beneficio pueda ser un fin en sí mismo y que para su consecución no existan obstáculos ni cortapisas de ninguna clase. Por otra parte, el neointervencionismo aspira a que la regulación y la existencia de controles, que son necesarios, se conviertan en el fin del sistema. De esta manera, neoliberalismo y neointervencionismo suponen una vuelta atrás en las concepciones más radicales del liberalismo y del intervencionismo.
En este tiempo de crisis, parece que el neoliberalismo ha demostrado hasta dónde puede llegar. Igualmente, para mejorar la regulación, los neointervencionistas, que son los nuevos marxistas, entonan el alirón porque piensan que las soluciones, ya denunciadas en su libro de cabecera, pasan por establecer nuevos organismos públicos. Como decía Hegel, el Estado es la misma encarnación del ideal ético. Por tanto, según ellos, si hay un problema ético, lo que venga del poder público está trufado de ética y rectitud.
Pues bien, frente a los neos, hay que recordar a los viejos liberales, probablemente los liberales de verdad. Ellos postulaban, a partir del principio de subsidiariedad y de solidaridad, que un sistema político racional se caracteriza por tanta libertad como sea posible y tanta regulación, o intervención, como sea necesaria. Esto quiere decir lo que quiere decir. Ni más ni menos. Es decir, que la libertad es fundamental y que la regulación también fundamental. Precisamente para que la libertad no abandone por el camino a la solidaridad que le es propia.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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