Las manifiestas injusticias de la distribución global de la riqueza, que los medios de comunicación nos acercan con evidencia cotidiana ante los terribles dramas del tercer mundo, y que en buena parte se ha establecido sobre una explotación colonial inmisericorde, que en muchos aspectos hoy se perpetúa, se agrava con la actual pandemia. El grave problema ecológico que amenaza a la humanidad entera precisamente por el afán desmedido de bienestar material por parte de los países más desarrollados, los mismos países europeos, entre ellos, es una realidad que nos amenaza con nuevos y graves riesgos que ya se intuyen y frente a los que debemos estar preparados.
 
Al tiempo que los procesos de información han ido por delante en la globalización de los modos de vida, si se puede escribir así, tomando conciencia de la complejidad de los problemas, se van haciendo patentes los peligros de una sociedad mediática universal, en el que la información se revela cada vez con mayor nitidez como un arma de poder, que puede afectar gravemente a la misma entraña de la vida democrática. Sobre todo, cuándo se olvida su esencial función de búsqueda de la verdad convirtiéndose en instrumento de dominación y amedrentamiento. La globalización de la economía, por otra parte, se concreta en la aparición de gigantes económicos, las empresas multinacionales, que ejercen un papel cada vez más decisivo en la marcha de muchos países y regiones económicas. Frente al equilibrio hoy la concentración del poder, sea cual sea su naturaleza, es una realidad que nos amenaza de forma inquietante.
 
Por otra parte, el progreso económico innegable ha ido acompañado de un proceso universal de afianzamiento de las estructuras democráticas, pero al mismo tiempo se viene produciendo una creciente insatisfacción por algunas faltas de autenticidad del sistema democrático en la vida interna de los Estados y sobre todo en las estructuras supranacionales, a cuyo déficit democrático constantemente se alude. La crisis económica y financiera larvada en 2007 y cuyos efectos seguimos sufriendo, más la actual del covid-19,  ponen ante nuestros ojos una realidad de empeoramiento de las condiciones de vida de millones de europeos que ha propiciado una creciente indignación y un peligroso fenómeno de desafeccion de los ciudadanos en relación con los políticos y también, por qué no reconocerlo, con el proyecto europeo, que se ha tornado, más en un fenómeno mercantilista que en una unión cultural y política efectiva.
 
 
Sobre estas realidades de la modernidad podemos encontrarnos formulaciones intelectuales decadentes como el dulce escepticismo propiciado por los postestructuralistas o el pensamiento débil, pero asistimos también a ciertos resurgimientos más o menos marginales según los países–aunque preocupantes- de las ideologías en sus manifestaciones extremas de socialismo, de fascismo o de liberalismo. Sin embargo, parece que el sentir mayoritario, en unos países más que en otros, y en unas sociedades más que en otras, sobre todo donde la radicalización fruto del maniqueísmo no encuentra acomodo, más allá de los nuevos movimientos de reacción frente a la indignación reinante, se dirige a la afirmación y consolidación de espacios de moderación y de equilibrio.
 
Preciamos espacios de esperanza y de confianza en los hombres y en las mujeres, en nuestra capacidad para resolver los propios problemas; de madurez, superada la ingenuidad de suponer que la ideología correcta aseguraba un comportamiento correcto; de moderación, huyendo de soluciones preconcebidas, producto de una visión dogmática de la sociedad y de la historia; de equilibrio, sabiendo que las soluciones políticas, si quieren ser eficaces han de mirar al conjunto de la sociedad y no a un solo sector, por muy numeroso que éste sea.
 
Entre nosotros, sin embargo, por efecto de la agitación y la inoculación de los fantasmas del pasado, se acentúa la radicalización, a la par que bajamos en todos los registros de los países desarrollados. Todo para desmoralizar y empobrecer a la sociedad e instaurar un régimen que la historia ha condenado repetidas veces.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana