Tras el 20-D, no pocos analistas piensan que se ha vaciado el especio del centro polarizándose la vida política hacia posiciones netas de derecha y de izquierda. El uso oportunista de la indignación reinante permitiría realizar tal pronóstico. Pero, en realidad, lo que precisamos son nuevas políticas que se confeccionen al servicio objetivo del interés general para la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de las personas, sean de orden individual o de naturaleza social. Necesitamos menos radicalismo a uno u otro lado del arco ideológico, y más moderación y compromiso con el servicio objetivo al interés general.
 
En efecto, las nuevas políticas, las políticas que aspiran a la mejora real de las condiciones de vida de las personas, suelen tener muy presente sus aspiraciones, el sentir social real de la generalidad. El encuentro de la actuación política y las necesidades sociales no debe ser nunca el resultado de la pura adaptabilidad camaleónica a las demandas populares. Es más, conducir las actuaciones políticas por las meras aspiraciones sociales de los diversos sectores sociales supone incurrir en un tipo de pragmatismo y de tecnocracia que lleva a sustituir a los gestores políticos por prospectores sociales.
 
En un mundo en el que las encuestas ocupan tantas veces el lugar de la política, es conveniente subrayar que la prospección social es un medio notable para conocer la realidad. Pero ni es el único, ni el más importante. Cuándo los candidatos se seleccionan a partir de sondeos, cuándo determinadas políticas se deciden en función de encuestas, cuándo se olvidan los principios y se  renuncia a la dignidad del ser humano por seguir los nuevos oráculos, entonces algo grave pasa. El discurso político no puede ser secuestrado por los fanáticos de la prospección social. Las políticas concretas han de estar presididas por la mejora real de las condiciones de vida del pueblo, por la persecución del bienestar general e integral de las personas que forman la sociedad.
 
La deliberación sobre los grandes principios, su explicitación en un proyecto político, su traducción en un programa de gobierno da sustancia política a las actuaciones concretas, actuaciones que adquieren sentido en el conjunto del programa y con el impulso del proyecto. Qué pena dan esos políticos que actúan al margen de los principios, que prefieren ser veletas que el viento de cada momento mueve a su antojo. Piensan que camelándose a la gente tendrán mejores resultados cuándo lo que suele ocurrir en las sociedades maduras es que la gente termina por aislarlos y dejarlos de lado, tal y como por ejemplo está pasando en Cataluña y más pronto que tarde acontecerá en el conjunto del país..
 
Las nuevas políticas se hacen, por tanto, a favor de las mejoras reales de condiciones de vida del pueblo, a favor de la libertad de las personas, de su autonomía, dando cancha a quien  está dispuesto al ejercicio de la libertad solidaria y, por supuesto, incitando y propiciando su realización a quienes tienen mayores dificultades para hacerlo.
 
Acción social y libre iniciativa son realidades que el pensamiento compatible y dinámico capta de manera complementaria, no como realidades contrapuestas. Cuándo, por ejemplo, el poder público dificulta la libre iniciativa de las personas o de las instituciones sociales, o las somete al carril único de la dominación, entonces se están socavando gravemente los pilares del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario propio de las democracias.
 
Las nuevas políticas, entre las que se encuentra por supuesto el espacio de centro, no se hacen pensando sólo en una determinada mayoría social,  en un segmento social que garantice las mayorías necesarias para la política democrática. Las nuevas políticas se dirigen al conjunto de la sociedad y cuándo de verdad están centradas son capaces de concitar la mayoría social, aquella mayoría natural de individuos que sitúan la libertad, la tolerancia y la solidaridad entre sus valores preferentes.
 
En  seminarios de ideas políticas, cuándo trato de explicar estas cuestiones, con frecuencia alguno de los asistentes me dice que es imposible, que es metafísicamente imposible gobernar para todos. Normalmente quien así se expresa suele ser alguna persona constituida en autoridad pública o con experiencia de gobierno en el pasado. Al escuchar este comentario no puedo evitar exclamar: muy bien, ¿pero has intentado alguna vez pensar en el conjunto, ponerte en las condiciones y en la piel de los ciudadanos?. Normalmente, las contestaciones a la pregunta excusan de mayores comentarios.
 
Existe, debido a la ceguera ideológica que atenaza a muchos políticos, el prejuicio de que es imposible abrirse a la sociedad en su conjunto cuándo se gobierna. Para unos, porque sólo aspiran a mantenerse en el poder como sea, y para a otros porque no comprenden que un programa de gobierno, por el hecho de salir ganador en unos comicios, adquiere  una nueva dimensión para la mejora de las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Cómo se hace esto en la práctica no es sencillo. Ahora bien, los políticos que procuran atender a la gente, al pueblo, a los de un lado y a los del otro, intentando que sus decisiones estén presididas por la promoción de los derechos fundamentales de la persona, suelen comprender el sentido genuino de gobernar en democracia: poner a la persona en el centro del orden político, social y económico y facilitar su participación en la administración, rectoría y gestión de los asuntos de interés general. Algunas decisiones en la vida local de algunos municipios regidos por los nuevos movimientos que emergieron tras el 24-M demuestran que seguimos en la vieja política, en la política ideologizada, en la trinchera, en el resentimiento y en el espíritu de revancha. Ahora, tras el 20.D, a pesar de la fragmentación del arco parlamentario, ¿sería mucho pedir a los diputados y senadores que se olviden de los intereses partidarios y se pongan a trabajar en función de las necesidades colectivas y el interés general de España?
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.