Una de las características de la civilización europea, tal y como se conformó desde hace tantos siglos, es, junto al gusto de por el pensamiento, heredado de la filosofía griega, al compromiso con la justicia, proveniente del derecho romano, la solidaridad de matriz cristiana. Efectivamente, la capacidad de ayudar al otro, de salir de uno mismo para hacerse cargo de las necesidades de los demás informó, y de qué manera, la identidad de un continente que desde su inicio hizo de la solidaridad una de sus principales banderas. Hoy, sin embargo, el elevado grado de mercantilismo y de obsesión por el dinero y el poder que se ha enseñoreado del viejo, y enfermo continente, refleja una notable y preocupante ausencia de solidaridad en términos generales.
Hasta tal punto, que las políticas públicas de solidaridad, a pesar de la que está cayendo, están siendo reducidas y, en algunos casos, sometidas a dramáticos recortes que afectan de manera inquietante a las condiciones de vida de los más pobres y desvalidos de los habitantes. Menos mal que existen instituciones sociales de base privada e inspiración cristiana como Cáritas que están jugando un papel tan relevante como escasamente valorado por muchos gobiernos europeos.
Para que nos hagamos una idea de la acción de Cáritas en España, resulta que desde 2007, en los prolegómenos de la crisis, hasta 2011, el montante de las personas beneficiadas por la acción social de la institución se ha triplicado. Hemos pasado de 370.000 personas en2007 a1.001.761 en 2011. En 2011 se han registrado nada menos de 300.000 nuevos pobres. Las personas que acuden a Cáritas, en su mayoría entre 30 y 40 años, son fundamentalmente personas solas, jóvenes matrimonios con hijos o pertenecientes a familias monoparentales, que solicitan ayuda fundamentalmente para alimentación y para el pago de facturas caseras.
La tendencia es, por los datos que conocemos de 2012, al crecimientos de las peticiones de ayuda y de las personas que se acercan a la ONG de la Iglesia Católica con el fin de recibir asistencia social. Mientras, los gobiernos reducen sus políticas sociales a la vez que mantienen, que gran contradicción, una estructura política tan elefantiásica como superflua. Se observa, y de qué manera, que el repliegue de los sistemas públicos de protección social es seguido, qué pena, por el desgaste de los mecanismos de protección y ayuda social de las familias.
Así las cosas, si no se para esta sangría, la labor de esta institución seguirá coadyuvando a que el sistema de protección social en su conjunto pueda atender todavía a muchos miles de personas porque gracias a Dios crecen las ayudas privadas, que no públicas, a esta ONG tan importante.
Ante todos está la eficacia real de cada institución, de cada uno de los dirigentes de las principales instituciones, públicas y privadas del país. Unos aumentan su compromiso con los más pobres o necesitados y otros lo reducen para mantener una estructura pública irracional que solo se “justifica” para dar acomodo a miles y miles de adeptos y afines. Lo que procede para ayudar a tantos cientos de miles de españoles que lo pasan tan mal es liberar fondos improductivos que jamás debieron destinarse a comprar tantas voluntades como han comprado para el mantenimiento y conservación de la posición de aquellos que desde hace tantos años siguen copando los sillones, las poltronas y los lugares de privilegio de las principales instituciones públicas. Ya está bien.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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