La profunda crisis que atraviesa la forma en que los políticos a nivel mundial entienden últimamente la democracia representativa conduce, de una u otra manera, a que la indignación reinante en tantas latitudes reclame democracia real, auténtica, genuina. Ahora tras el covid y la gestión dela crisis que se ha realizado en tantos países, las demandas de verdadera democracia, tras el aumento del autoritarismo, son una buena ocasión para pensar acerca de las tendencias políticas de este tiempo en relación con el sentido y funcionalidad de la democracia.
Una de las causas de la honda crisis en que se encuentra el sistema político reside, como bien sabemos, en que el pueblo empieza a percibir que su protagonismo ha sido suplantado, de una u otra manera, por los dirigentes. Un colectivo, el de los que mandan, no sólo en el poder ejecutivo, también en el judicial y sobre todo en el legislativo, que, con honrosas excepciones, se ha creído que es el titular del poder y que puede manejarlo como le venga en gana, a su antojo. Como se consideran los dueños del poder manejan los fondos públicos sin conciencia de quienes son sus legítimos propietarios –los ciudadanos- llegando a cotas de despilfarro sin precedentes.
Efectivamente, la escasa relación que hoy existe entre el pueblo y sus representantes, justifica, en gran medida, que la petición de democracia real se sustancie por el camino de las fórmulas de democracia directa más conocidas: referéndums, iniciativas populares y consultas. Si los Parlamentos hubieran propiciado y fomentado esquemas institucionales eficaces de relación y vinculación entre elegidos y electores, probablemente el distanciamiento y desafección dominante no hubiera alcanzado la dimensión que hoy tienen. Por eso hoy, ante la ausencia de reformas en la materia, tendrán que llegar, por las buenas o por las malas, cambios como las listas abiertas, la obligación de los diputados y senadores de atender a los electores en sus circunscripciones o incluso la convocatoria de referéndums cuando se trate de la adopción de medias de obvio interés general.
La necesidad de que el pueblo opine, al menos en los asuntos de mayor enjundia, en asuntos que afectan a sus condiciones de vida, es cada vez más urgente. No puede ser, de ninguna manera, que se tomen decisiones que afectan seriamente a las condiciones de vida de los ciudadanos sin consulta previa, sin conocer la opinión ciudadana, lo que no quiere decir, de ningún modo, referéndum para todo. Faltaría más.
Es muy sencillo lo que está pasando. Quien es administrador o gestor de los asuntos de interés general ha pensado que podía adquirir la condición de dueño y señor y lo ha hecho a sirviéndose de las más sofisticadas fórmulas de la manipulación social. Para ello se ha ideado un complejo argot y se ha articulado un universo de especialistas en el manejo y conducción del interés general convenciendo al pueblo de que los asuntos de la comunidad están en las mejores manos y que no debía preocuparse lo más mínimo. Mientras tanto, desde las terminales mediáticas de la tecnoestructura y del tecnosistema se procede a una sutil y constante operación de control social a partir de las más variadas, y eficaces, formas de consumismo insolidario. Durante unos años el juego ha dado resultado, pero cuando las políticas chocan con los bolsillos de la gente, empiezan los problemas. Unos problemas que propicien, cuando el pueblo sufra las consecuencias del mal gobierno y la mala administración de la pandemia, que despierte de su letargo, que tome conciencia de lo que está pasando y empiece a manifestar su indignación, incluso contra quienes hasta no hace mucho se presentaban como la nueva política y los genuinos representantes del pueblo salidos del mismo pueblo y comprometidos con el pueblo hasta la muerte.
Una indignación que no sabemos qué consecuencias tendrá a nivel europeo y mundial. Una indignación que esperemos traiga aires de regeneración democrática. Una indignación que debiera derribar los muros de un orden económico, político y social montado exclusivamente sobre el lucro y sobre el voto como fines que todo lo justifican, que todo lo permiten, todo, absolutamente, todo.
El virus es una oportunidad para volver a los principios sobre los que asienta la democracia: limitación del poder y participación real del pueblo. Hoy, es obvio, ni una, ni otra, están presentes, y, con los actuales dirigentes, no parece que puedan regresar.