Hoy, la Ética en la actividad política tiene planteadas cuestiones tan relevantes como, por ejemplo, la supuesta ruptura entre conciencia personal y realidad social. Otra: el deber de participar que vincula a todos los ciudadanos sin excepción. El problema de la dignidad de la persona es, quizás, el tema central, como esencial es la cuestión de la universalización y efectividad de los derechos humanos. La idea del poder público como función de servicio no es menos importante. Tampoco conviene olvidar que legalidad y moralidad no son necesariamente realidades identificables, y que el bien común es la razón y el fin fundamental y principal del poder político.

El Derecho nunca puede ser un instrumento al servicio del poder, sino el marco de los mínimos éticos que permiten una existencia a escala auténticamente humana. Los intereses particulares no se pueden equiparar a los intereses generales. Los partidos políticos deben configurar las distintas opciones sociales, no son agencias de colocación al servicio de los hombres y mujeres que controlan el aparato. El sistema democrático, en fin, solo puede funcionar si ciertos valores básicos son reconocidos como válidos por todos y quedan fuera de las luchas de la mayoría. De lo contrario, nos instalaríamos en un fundamentalismo relativista y permisivo que, al final, prostituye la misma idea de los derechos humanos al presentar como tales auténticos atentados a la dignidad de la persona. Hoy lo experimentamos a diario.

El fin no justifica los medios. Es algo bastante claro que, sin embargo, parece difícil, bastante difícil encontrarlo a nivel práctico. Sabemos que la violación directa de la dignidad humana nunca puede, ni debe, justificarse en atención al buen resultado que pueda producir dicha acción. A pesar de ello, hoy no son pocas las personas que están de acuerdo con planteamientos consecuencialistas o proporcionalistas de la Ética, porque lo importante es la eficacia, la eficiencia, el objetivo; el resultado que, llegado el caso, «legitimaría» acciones inmorales en las que, lo único importante es buscar, como sea, y al precio que sea, el resultado deseado. Ciertamente, no hay Ética que pueda renunciar a las consecuencias de los actos, porque es absolutamente imposible definir un acto sin considerar sus efectos. Y no se trata, como dice Spaemann, de convicción o de responsabilidad, sino de la realidad de las cosas.

 

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana