La crisis general en la que vivimos desde hace algunos años también afecta, y de qué manera, a la institución universitaria. El artículo más leído de la prestigiosa revista norteamericana The New Republic se refiere precisamente al “alma mater” y su título no puede ser más provocador: “No envíe a su hijo a la Ivi League”. Su autor tampoco es un pensador plano y aburrido. William Deresiewicz es un intelectual crítico, que anima a pensar y que sus tesis, se compartan o no, al menos sacuden un panorama lánguido y tecnoestructural por el que discurre la anodina vida de tantas personas que no aspiran más que a recibir un aprobado o a comprobar que la nómina llega puntualmente. Uno de los últimos números de aceprensa se dedica precisamente a este interesante cuestión.
La conclusión del trabajo de Deresiewicz, más desarrollada en su ensayo “Excellent Sheep: The Miseducation of The American Elite and The Way to a Maningful Life”, Free Press, 2014, es tan verdadera como polémica. La Universidad es, para este académico,  una fase capital en la vida de cualquier ser humano, no sólo un espacio físico en que se puede aprender una profesión y se adquieren determinados conocimientos. Deresiewicz tiene la ventaja de haber dedicado 24 años de su vida a la Ivy League y por eso sus comentarios son bien interesantes y ayudan a comprender el profundo desvarío en el que incurre una institución destinada a formar hombres y mujeres libres y comprometidos con una sociedad mejor y que, sin embargo, ordinariamente camina presa de la burocracia de uno u otro signo, inamovible en su estructura, en sus funciones y sin capacidad de asumir su identidad y sus objetivos en un Estado que se define como social y democrático de Derecho.
Deresiewicz concibe la universidad,  también quien suscribe, como un espacio de libertad en el que los estudiantes aprenden a construir su vida con criterios propios. En efecto, la Universidad existe y se justifica para enseñar a pensar, no para acumular sin más conocimientos o repetir con un papagayo una serie de fórmulas memorísticas. La Universidad ayuda, debería ayudar, a comprender mejor la realidad con un poco de distancia, a entender mejor, desde la mentalidad abierta, lo que ha pasado, lo que acontece y lo porvenir. Para Deresiewicz, la Universidad debe ayudar al proceso de madurez personal, a la búsqueda de  respuestas propias y propios caminos, desde los libros, las ideas, las obras de arte y de pensamiento, la presión de las mentes que están alrededor.
En este contexto, las Universidades de la Ivy League, de la liga de la élite del país más poderosos del globo, se vuelcan exclusivamente, salvo excepciones, señala el antiguo profesor de Columbia y Yale, en el entrenamiento y adiestramiento de habilidades analíticas y retóricas imprescindibles para triunfar en el mundo de los negocios y para salir flechado hacia la franja alta del mercado laboral. Así se concibe el liderazgo, como un medio para el triunfo en un mundo en el que vale todo y todo se mide por el poder y el dinero. Por eso, como señala Deresiewicz, para estas Universidades, “ser un estudiante brillante consiste en dejarse recordar constantemente en que hay que ser un futuro líder en la sociedad. Pero lo que estas instituciones entienden por liderazgo no es otra cosa que llegar a la cima. Que te nombren socio de un relevante estudio de abogados o que en poco tiempo se consiga una posición de CEO en una importante empresa: que alcances la cumbre de cualquier jerarquía que pretendas escalar”.
La realidad, sin embargo, muestra que los estudiantes de estas Universidades de la Ivy League termina eligiendo entre una minoría de profesiones similares. En efecto, como señala Deresiewicz, en 2010 cerca de un tercio de los graduados en las Universidades más prestigiosas, Harvard, Princeton o Cornell, por ejemplo, optaron por dedicarse a las finanzas o la consultoría.
Los estudiantes de estas Universidades son considerados como clientes  a  quienes hay que mimar y cuidar porque sus familias pagan muy altas matrículas. Se les trata entre algodones en lugar de proponerles retos y desafíos de distinta naturaleza. Los profesores, por su parte, son recompensados por su investigación y a esa tarea vuelcan sus mejores esfuerzos. El resultado, dice Deresiewicz: notas altas por trabajos mediocres.
La admisión en estas Universidades es muy difícil y la enseñanza suele ser muy pragmática, de forma y manera que no es infrecuente que muchos de los estudiantes se desentiendan de la pasión por la vida y por el conocimiento, concentrándose en dominar unas técnicas valederas para superar, como sea, los exámenes correspondientes. En este punto Deresiewicz tampoco tiene pelos en la lengua: nuestros estudiantes son inteligentes, emprendedores y con talento, pero poco inquietos, retraídos y confusos, con poca curiosidad intelectual y con una determinación atrofiada, atrapados en una burbuja de privilegios, dirigiéndose mansamente en la misma dirección, triunfando en lo que hacen pero sin saber por qué hacen las cosas”.
En el polo opuesto, encontramos también otros escenarios y horizontes de profunda preocupación. Son las Universidades que, desde otra perspectiva, desde el igualitarismo, se ocupan única y exclusivamente de imponer una serie de hábitos pedagógicos que anulan la excelencia, que impiden el pensamiento crítico y que aspiran a sacar a la sociedad personas incapacitadas para el pensamiento libre y fecundo, formadas también en serie, cortadas por el mismo patrón: miedo a la libertad, pavor a la diferencia y horror a la iniciativa. Seguiremos.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana