El clima de descontento social y de revueltas en ciertas latitudes ante un sistema que no funciona adecuadamente, vuelve a poner bajo nuestra consideración la cuestión de los cambios y la realidad. El problema de la reforma, la revolución y el inmovilismo.

Hoy, guste o no, vuelven los planteamientos revolucionarios porque, como atestigua la historia, el sistema político, económico y social del presente, interpretado en sus diferentes aspectos y elementos es verdad, quien podrá negarlo, que no ha alcanzado el fin y los objetivos propuestos. Sin embargo, para quien escribe, lo razonable y sensato es reformarlo a fondo, volviendo a los principios y no, como algunos pretenden recuperando ideologías y sistemas que han demostrado, y de qué manera, su fracaso tal y como acredita la historia europea del siglo pasado. El fascismo y el nacional-socialismo trajeron la muerte, la xenofobia y el racismo. Y el comunismo, por su parte, la aniquilación de responsabilidad individual y la conversión de la persona en un elemento de un engranaje diabólico que manejaron, y de qué forma, la nomenclatura dirigente.

Días atrás celebramos una nueva conmemoración de la caída del Muro de Berlín y con tal motivo, ante lo que de nuevo se avecina, pienso que conviene reflexionar acerca del sentido de las revoluciones y de lo que realmente han traído consigo. Para ello nada mejor que recordar a Paul Virilo, para quien el comunismo no ha desaparecido, sino que se ha privatizado. Su tesis, sugestiva y bastante certera, parte del análisis del comportamiento de la nomenclatura comunista durante la caída del Muro de Berlín. En síntesis: quienes se encargaron de la transición a las libertades lo hicieron, como regla, en su propio beneficio aprovechando la posición que tenían en el momento de la crisis del sistema. Obviamente, los grandes líderes fueron abandonados, pero la burocracia dirigente supo encontrar un lugar bajo el sol para hacerse de oro. En unos casos de forma descarada y en otros más o menos sutilmente.

En efecto, en casi todos los casos, las privilegiadas oligarquías que surgen tras el ocaso del comunismo formal proceden de las estructuras del viejo poder comunista. No hay más que echar una ojeada a lo que pasó en Rusia, Polonia, Chequia o Rumanía, entre otros países,  durante los procesos de transición a la democracia para caer en la cuenta de cómo se ha operado este cambio formal de poder. Por ejemplo, en Rumanía, tal y como ha estudiado el historiador  Maurius Oprea, también se experimentó ese terrible proceso de privatización del comunismo. En otros países, aquellos dónde prosperó un sistema comunista “stricto sensu”, caso de Nicaragua, por ejemplo, se observa un muy relevante cambio de estatus en los dirigentes guerrilleros. Se convirtieron en opulentos y oligarcas poderosos que tal vez por ser nuevos ricos, por falta de experiencia como millonarios o por complejo de inferioridad social, resultaron más codiciosos y rapaces que los antiguos dirigentes a quienes sustituyeron.

La realidad de estos procesos revolucionarios nos enseña que junto a muchas personas que de buena fe se alistaron a la causa de la justicia social que pregonaban estas revoluciones la mayor parte de los dirigentes utilizaron la revolución en su propio beneficio. ¿O es que el nivel de vida de la nomenclatura soviética en comparación con la vida de los trabajadores tenía alguna justificación en un régimen supuestamente diseñado para compartir y sacar de la postración a los parias y desfavorecidos de este mundo?. Mientras unos cayeron por la mejora de las condiciones de vida del pueblo, otros se elevaron usando la revolución. En cierta manera, la gran farsa de la construcción del conflicto y del uso de la violencia como métodos para la consecución de la igualdad social reside en esto: que nunca alcanza su objetivo. Por una razón que la historia tozudamente nos demuestra hasta la saciedad: la mejora de las condiciones de vida de la gente sólo es posible en el marco de un sistema democrático. La democracia se apoya, es bien sabido, en el principio de juridicidad, en la separación de poderes y en el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona. Criterios que normalmente no siguen a las revoluciones, teñidas y tejidas, así lo demuestra la historia, de oscuridad, opacidad y sospecha. Al final, lo de siempre: quienes usan alternativamente la revolución suelen llevarse el gato al agua.

Normalmente, una vez que la revolución se realiza, el ardor originario de los dirigentes se olvida y, con frecuencia, al empezar a disfrutar y degustar las mieles del triunfo, en cualesquiera de las formas imaginables, acceden, y de qué forma, a ese tren de vida fácil y regalada que antes tanto censuraban. De luchadores por el poder pasaron, en muy poco tiempo, hay están para quien quiera investigar las fortunas de los principales líderes del populismo en  Nicaragua, Venezuela,  China, Corea del Norte, Cuba…  a ser sus más acérrimos defensores. Dejan de ser críticos frente a los abusos para convertirse en los principales abusadores. De combatientes de la opresión a opresores y enemigos de la libertad y de la vida de los ciudadanos. En los países en que gobiernan, caso de China, Nicaragua, Venezuela, Cuba o Corea del Norte, por ejemplo,  usan los bienes públicos como propios. Cuándo deben dejar el poder, caso de algunos de los países satélites de la exURSS, se apropian, se comprueba en los procesos de transición a la democracia, de las propiedades públicas, apareciendo de inmediato como los grandes oligarcas y propietarios del país.

Pues bien, este proceso es calificado como “privatización del comunismo”. Privatización de un sistema social y económico que usó y usa la lucha ciudadana para que sus estrategas se hagan con el poder, con todo el poder, sin ninguna clase de limitación. Cuando fracasa no pasa nada porque el poder sigue, de la misma forma, en las mismas manos. Es decir, estamos ante una concepción puramente privada, bajo forma pública, de un mismo fenómeno: la concentración del poder.

El comunismo, el marxismo, no ha desaparecido. De ninguna manera. Me atrevería a decir que está más activo que nunca. Ahora bajo otras estrategias, bajo otras tácticas, bajo otras fórmulas. Opera no sólo en el marco de los movimientos antiglobalización o antisistema. Fundamentalmente su campo de acción es de la cultura, el de la instauración, de nuevo, del pensamiento ideológico, de la división social, del enfrentamiento civil. Con un solo objetivo: llegar al poder o permanecer en él como sea. Ahí está la historia para quien quiera consultarla y aquí los tenemos de nuevo, bajo la máscara del odio, el resentimiento, y la envidia, sus principales señales de identidad. Y, por cierto, sus dirigentes incrementan por necesidad de supervivencia la miseria del pueblo mientras aumentan sus cuentas corrientes.

Hoy, ante nosotros, aprovechando la ausencia de pensamiento crítico y las redes sociales, usando la trampa de las redes sociales como escribió Bauman, una colosal operación de manipulación social presidida de nuevo por el pensamiento bipolar y el resentimiento. Esperemos que la defensa de la libertad esté a la altura de la intensidad de la amenaza que se cierne sobre ella. La batalla no es fácil porque en la otra orilla se acusa el golpe del consumismo insolidario, la ausencia de compromisos y cualidades democráticos profundos y sobre todo, la conciencia real de lo pasa. Casi nada.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana