Los días 11 y 12
de julio el PP prepara una convención política en la que, según manifiestan
algunos de sus dirigentes, se pretende girar nuevamente al centro, como en
aquel congreso de Sevilla de 1990. Desde entonces hasta ahora han pasado
veinticinco años y bien podría pensarse que el partido hubiera arribado al
centro político de alguna manera. Sin embargo, la realidad nos demuestra que en
estos años la insensibilidad social, la ausencia de capacidad de entendimiento
y el pensamiento único han caracterizado una forma de estar y hacer política
precisamente en las antípodas del espacio del centro político. Quizás por eso
ahora se plantea de nuevo la vuelta al centro. El problema es si la ciudadanía
estará dispuesta a creer a quien habla mucho de aun asunto sin practicarlo.
 
El PP ganó las
elecciones en 1996 y en 2000 porque, entre otras cosas, supo presentarse ante
la ciudadanía con un programa moderado que conectaba con una relevante mayoría
de españoles, en el que estrategias y  tácticas se abrían a todos sin caer en el
sectarismo,  pensando en el conjunto, en  las plurales expresiones de la realidad en su
más variada representación social. En 2004 pasó lo que pasó,  aunque no sólo eso. Transcurrido algún
tiempo, no pasa nada por reconocer que al final de la legislatura de 2004, por
las razones que fueran, la ciudadanía empezó a percibir determinados síntomas  de distancia,  de prepotencia, de frialdad en el ejercicio
del gobierno, de falta de ilusión por trabajar únicamente en la mejora continua
de las condiciones de vida de la gente.
 
En las
circunstanciales actuales habría que pensar hasta que punto se hace pedagogía
política, hasta que punto hay una estrategia clara, hasta que punto se selecciona
a los dirigentes de entre los más preparados y con mayor compromiso político,
hasta que punto se diseñan y construyen políticas razonables, humanas, con
sólidos contenidos sociales Habría que pensar si los mensajes que se transmiten
están presididos por los postulados del pensamiento abierto, plural, dinámico y
complementario que caracterizan al espacio del centro o si, por el contrario, a
pesar de estar en el gobierno con una mayoría relevante, se sigue a la
defensiva, dejando siempre la iniciativa a los adversarios políticos. Y habría que
preguntarse por qué ese complejo en abandonar los principios como si las
convicciones firmes, que son el presupuesto de la moderación, hubieran de
abandonarse, de dejarse al margen.
 
El PP tiene de
nuevo una ocasión magnífica para sellar su compromiso con el centro
reconociendo los errores con sinceridad y asumiendo los postulados de este
espacio político sin miedo. Renunciar a los principios y encerrarse en el
pragmatismo no hace más que  insuflar
expectativas a la oposición y a los nuevos movimientos. En cambio, recuperar el
pulso de la política y bajar a la realidad, al encuentro con las personas y sus
preocupaciones, podría generar una mínima confianza en la ciudadanía precisa
para obtener un buen resultado en las generales de noviembre.
 
El espacio de
centro no es el espacio de la pusilanimidad, de la indefinición o de la falta
de convicciones. Todo lo contrario, el centro es el espacio de la convicción en
la fuerza de la libertad, de la igualdad, de la justicia y de la dignidad del
ser humano, de todo ser humano y en toda circunstancia. Por eso la moderación y
el temple que requiere el centro no es incompatible, como muchos creen, con las
convicciones. Siempre me ha parecido una visión deformada del centro la de
quienes piensan que lo característico del centro es flotar, no mojarse, cuándo lo
característico del centro es  la
prudencia y la visión amplia y plural de la realidad, para apostar en cada
momento por el bienestar integral de los ciudadanos haciendo la política que
sea necesario para ello prescindiendo de prejuicios o estereotipos procedentes
de las ideologías cerradas.
 
 
Si el congreso de
julio de 2015 se convierte en un congreso en el que el PP carga las pilas en
torno a un proyecto nítidamente centrista y comprometido  con las necesidades reales de los españoles,
es posible que se pueda recupere una parte, veremos cuanta, del  caudal de confianza inexplicablemente dilapidado
este tiempo. Si, por el contrario, no hay más que luchas intestinas por el
poder, conspiraciones, ajustes de cuentas, culto a la personalidad o renuncia a
los principios de la libertad y de la solidaridad, entonces se habrá perdido un
tiempo precioso y habrá que prepararse para recuperar la identidad desde la
oposición. Por ahora parece que la cuestión estará, de nuevo, en quien hace
mayor y más reiterada profesión de fe centrista. Como si el centro fuera cosa
de eslóganes, frases, gestos o imágenes.
 
 
Jaime
Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo y autor del libro “el
espacio de centro” prologado por Adolfo Suárez.