Las cajas de ahorros, esas beneméritas y centenarias instituciones que nacieron hace tanto tiempo para comprometerse, desde el punto de vista financiero, en la realización de obras y actividades de inequívoco acento social, hoy están liquidadas. No sólo por su transformación en bancos en sentido estricto sino porque su obra social está pendiente de un hilo. Hasta ahora había una dotación establecida para garantizar la atención de este quehacer social pero según parece la supervivencia de esta previsión también corre serio peligro. Se trata de un síntoma más del primado y la lógica del poder por el poder, sea financiero o político, el ser humano y sus derechos fundamentales.
En estos tiempos de crisis y de transformaciones se está apuntando a la economía como si la solución fuera únicamente de orden cuantitativo. Y, sin embargo, la verdad es que el problema, y su etiología, son de más amplio calado. En mi opinión, la crisis, y su salida, reclaman una nueva mentalidad y un sólido compromiso cultural y humanista que no pasa precisamente por cargarse la dimensión social de estas instituciones. Precisamente, de lo que se trata es de evitar el primado de lo técnico sobre lo social. Más bien, lo técnico y lo social, lo económico y lo cultural, son pares de conceptos que debieran construirse y desarrollarse desde el pensamiento complementario, no desde el pensamiento único de confrontación o de contraposición, menos desde la laminación o la destrucción.
El gran problema de la crisis, sobre todo en Europa, es que se pensó que el tránsito a la unión política y cultural vendría mecánicamente de la mano de la integración económica y financiera. Sin embargo, lo que tenía condición de medio se acabó convirtiendo en un fin y las cuestiones políticas y culturales, las más importantes y relevantes, acaban siendo excluidas ante el dominio de lo tecnoestrutural, ante la poderosa alianza entre el poder político, el financiero y el mediático,
En efecto, hemos construido, sin concurso del pueblo por supuesto, una Europa de los mercaderes en la que los conceptos más manejados son prima de riesgo, deuda, agencia de calificación, crédito…Mientras tanto, las nociones propias del temple humanista y de la cultura cívica que tanto contribuyeron a forjar esa conciencia europea favorable a la libertad y a la dignidad del ser humano, no tienen cabida en esta colosal operación de control y manipulación que domina a sus anchas el viejo continente.
Una proyección del dominio de lo económico sobre lo social, y del ambiente reinante, lo tenemos, sin ir muy lejos, en la más que probable desaparición de la obra social de unas cajas que nacieron para obras de beneficencia y para atender tareas de inequívoco contenido social, y que, por culpa de los políticos, están siendo liquidas cuándo precisamente más falta hacían.
A pesar de todo, de lo que vemos y de lo que no vemos, a pesar de que las cosas pueden empeorar, al final el agua volverá a su cauce y las cosas se arreglarán. Ojala de así sea a partir de un compromiso político y cultural que apueste por devolver a la dignidad del ser humano la posición central en el sistema. Precisamos de una honda y pacífica revolución humanista que devuelva a Europa al gusto por el pensamiento, por el derecho y por la solidaridad. Y, sobre todo, que prime la sensibilidad social, hoy abandonada incluso por sus principales precursores.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es