En Europa se observa, especialmente en la hora presente, el auge de partidos con una identidad ideológica muy acusada, bien de derecha, bien de izquierda. No hay más que observar lo que acontece en el Reino Unido, Dinamarca o Noruega en relación con el apogeo de los conservadores o dirigir la vista a Portugal, Grecia o Suecia desde la óptica socialista. En Estados Unidos, el porcentaje del llamado voto oscilante, el que puede votar indistintamente a uno u otro partido, ordinariamente en un entorno del 15% en los últimos tiempos, ahora apenas llega al 5%.
En España, en las últimas elecciones del 20-D, es verdad que Ciudadanos, con un 14% de los votos, ha conseguido situarse en una posición intermedia, recibiendo, según algunas encuestas, votos del Partido Popular, sobre el 48%, del PSOE, en torno al 10.9% y de Unión Progreso y Democracia, cerca del 18%. Sin embargo, el ascenso de Ciudadanos no se ha traducido en un incremento de votantes de centro. Más bien, lo que ha conseguido es desplazar a los votantes del PP y del PSOE más a la derecha y más a la izquierda. En la izquierda radical, observamos que Podemos y sus marcas asociadas alcanzaron el 21%.
Por si fuera poco, un reciente análisis del New York Times achacaba el crecimiento de la izquierda en Grecia, España y Portugal al descontento e indignación reinantes frente a las políticas de austeridad promovidas desde los partidos gobernantes en estos países. Hasta el punto que el prestigioso rotativo neoyorkino se aventuró a sostener que ha sido precisamente la gestión de la crisis en estas naciones la causante del vaciamiento del centro político. Tal diagnóstico, que no es una verdad de fe, permite, sin embargo, reflexionar, junto al retroceso del voto oscilante en Estados Unidos, por qué la moderación y la política de centro está en retroceso tal y como se ha interpretado por los gobiernos de estos países.
En realidad, lo que acontece es sencillo y simple. La ausencia de temple centrista y moderado, huyendo precisamente de lo que es el centro político, explica el fracaso de estas políticas tal y como se han realizado y practicado en Grecia, España y Portugal por los partidos conservadores en los últimos años. Unas políticas, por cierto, bien alejadas de los postulados centristas.
En efecto, la cuestión reside, más que en el encallamiento del centro, en la pérdida de los principios y valores sobre los que descansa la civilización humanista y solidaria que fecundó admirablemente una civilización que por largo tiempo estuvo a la vanguardia y a la cabeza de la protección, defensa y promoción de los derechos fundamentales y de la dignidad del ser humano. Ahí es donde debemos, con las actualizaciones que sean del caso, dirigir nuestra mirada.
Hoy, sin embargo, existe una campaña de desprestigio contra los principios porque, desde un interesado punto de vista, se afirma que principios y actuación, reflexión y acción, son incompatibles. Pues bien, tal afirmación: menos principios y más compromiso con la realidad cotidiana, tiene el peligro de plantear la acción política renunciando a los principios atendiendo sólo y únicamente a la realidad de cada situación. Tal problema, sin embargo, se desvanece cuando el político asume bajar a la realidad y remangarse para comprobar “in situ” las situaciones que ha de intentar resolver. En tales circunstancias, la realidad suele revelar los principios y, en la realidad, además, está tantas veces la receta a aplicar. El no pequeño problema estriba en que todavía hoy algunos políticos esperan que la realidad vaya a su encuentro en lugar de ir al encuentro de la realidad.
Desde este punto de vista, el espacio de centro, cada vez más importante en este tiempo de crisis, se nos presenta como un espacio en el que los principios y los criterios generales han de aplicarse permanentemente sobre la realidad. Principios y realidad no son dos parámetros opuestos; más bien son conceptos complementarios. Las teorizaciones de orden intervencionista o liberalizador expresadas como políticas generales y abstractas a aplicar, sin modulación alguna, por izquierda y derecha respectivamente, constituyen un buen ejemplo del ocaso en que hoy están sumidas las llamadas ideologías cerradas.
El pensamiento centrista es necesariamente un pensamiento más complejo, más profundo, más rico en análisis, matizaciones, supuestos, aproximaciones a lo real. Por eso mismo el desarrollo de este discurso lleva a un enriquecimiento del discurso democrático. La apertura del pensamiento político a la realidad reclama un notorio esfuerzo de transmisión, de clarificación, de matización, de información, un esfuerzo que puede calificarse de auténtico ejercicio de pedagogía política que, por cuanto abre campos al pensamiento, los abre así mismo a la libertad. El reto no es pequeño cuando el contexto cultural en el que esa acción se enmarca es el de una sociedad de comunicación masiva.
En estos años, se han practicado políticas ancladas en la eficiencia y en la racionalidad técnica, sin considerar la centralidad de la dignidad del ser humano. Se ha preferido contentar a las élites financieras y se ha destacado a la cabeza de las formaciones partidarias a conspicuos representantes de una tecnoestructura obsesionada con el mantenimiento y conservación del poder. Y, mientras, con decisiones burocráticas y carentes de sensibilidad social, se ha alimentado un populismo, también de derechas, destructivo y enemigo de las libertades.
Por eso, es hora de retomar la lección del maestro Aristóteles cuando afirmaba que de la conducta humana es difícil hablar con precisión. Más que reglas fijas, el que actúa debe considerar lo que es oportuno en cada caso, como ocurre también con el piloto de un barco. La verdad no necesita cambiar, pero la prudencia cambia constantemente, pues se refiere a lo conveniente en cada caso y para cada uno. Prudente es el que delibera bien y busca el mayor bien práctico. No delibera sólo sobre lo que es general, sino también sobre lo particular, porque la acción es siempre particular.
Si bien los principios son las bases de la conducta, las circunstancias, cuándo se estudian y se trabaja sobre ellas, suelen aconsejar, en el marco de los principios, diferentes posibilidades que la prudencia será capaz de priorizar de acuerdo, en este caso, con la centralidad de la dignidad humana, o lo que es lo mismos, desde el compromiso con la mejora de las condiciones integrales de vida de los ciudadanos.
El centro político, en Europa y en América, por haberse olvidado precisamente de sus principios y sus postulados, ha abierto las puertas a versiones políticas demagógicas, profundamente autoritarias, que en no mucho tiempo, sino se produce una reacción inteligente, desafiarán los valores por los que tantos millones de seres humanos se han sacrificado durante tanto tiempo. Esperemos que en las próximas elecciones el espacio del centro vuelva por su fueros perdidos,
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de Derecho Administrativo
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