Adolfo Suárez acaba de cumplir  en estos días atrás ochenta años. El hombre al que, en buena medida, debemos que nuestro país transitara a la democracia sin derramamiento de sangre, después de acompañar ejemplarmente en la enfermedad a varios miembros de su familia, se encuentra, desde hace algún tiempo, aquejado de un Alzheimer que le impide reconocer a sus familiares más cercanos. En tales circunstancias,  aunque parece que no será muy consciente de tal aniversario, es de justicia recordar su paso por la presidencia del gobierno y, sobre todo, su apuesta por la democracia, la vuelta  a las libertades, la concordia y la tolerancia entre todos los españoles.
 
En mi caso, tuve la fortuna de mantener con Adolfo Suárez en los años 1997 y 1998 una serie de conversaciones que fraguaron más adelante, en 2001, en un libro titulado el espacio de centro, que él mismo quiso prologar con sus reflexiones personales acerca del sentido de las políticas de sus gobiernos a finales de los setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. De esas amenas charlas con una persona que fue víctima de la incomprensión como pocos, extraje la idea clara de que la política es una actividad que requiere una dosis intensa de compromiso y determinación, una capacidad creciente para pensar en los problemas del pueblo y una permanente disposición al acuerdo y al entendimiento. Precisamente para ofrecer a los ciudadanos políticas que mejoraran sus condiciones de vida. Como tantas otras personas que trataron a Adolfo Suárez, pude apreciar entonces la afabilidad, la cordialidad y la cercanía de un hombre que, a pesar del paso de los años, seguía ejercitando sus magníficas cualidades políticas y humanas.
 
En ese tiempo en que pude charlar con Adolfo Suárez acerca de lo que entendía por el centro político, me percaté de algo que también comparto con los lectores en fechas tan señaladas: el centro no es un partido. Es un espacio político que en ocasiones puede encarnar una formación política y otras veces es posible que sea ocupado por otro partido. Incluso, cuándo las ideologías cerradas prenden con gran fuerza en las formaciones, puede hasta ser un espacio político huérfano como parece que en este momento es el caso de nuestro país.
 
Cuándo en una determinada sociedad la izquierda y la derecha, sin perder sus señas de identidad, tienden al centro,  podemos decir que estamos en presencia de una sociedad y de unos partidos maduros en los que se alcanzan cotas relevantes de moderación y entonces brillan por su presencia pactos de Estado, el pluralismo resplandece en la opinión pública y, lo más importante, el debate político, intenso y extenso, discurre por el sendero de una crítica política alejada de las descalificaciones y las etiquetas. Sin embargo, en la transición política, la derecha y la izquierda no tendían al centro, por lo que para conducir un proceso de tal naturaleza se hizo necesario organizar un partido de centro. Un partido, la UCD, que realmente no fue un partido en sentido estricto, sino un conjunto de partidos que tenían, más o menos, la idea clara de que el camino a la democracia requería de una actitud política alejada de los extremos.
 
Una de las convicciones de Adolfo Suárez que más me llamó la atención durante aquellas largas conversaciones en su despacho dela calle Maurafue precisamente la relevancia que daba a la necesidad de encontrar espacios de entendimiento real entre los partidos. Algo que caracteriza las políticas de centro siempre que la búsqueda de acuerdos sea un medio para la mejora de las condiciones de vida del pueblo, no un fin o una táctica para desgastar al contrario, o una escaramuza para el engaño o para la manipulación o el control social. Hoy, la ausencia de acuerdos entre los principales líderes y formaciones partidarias y el blindaje que se busca desde las tecnoestructuras para el colosal aparato político-administrativo diseñado para dar cobijo a cientos de miles de adeptos, escandaliza en toda Europa y castiga a una clase media que está asumiendo la factura de una gigantesca infraestructura pública que debiera desaparecer cuanto antes.
 
Hoy, la situación que atraviesa nuestro país revela  la actualidad de las reflexiones de Adolfo Suárez y reclama la necesidad de nuevas políticas, de nuevas aportaciones, de nuevos planteamientos que partan de perspectivas menos ideológicas, más cercanas a la realidad, más comprometidas con la dignidad del ser humano, más abiertas, más plurales. Adolfo Suárez es una persona única, irrepetible, sus políticas fueron las precisas en aquellas circunstancias. Hoy la UCD no tendría sentido. Pero sí sigue siendo válida es la manera, la forma de acercarse a la resolución de los problemas colectivos desde la mentalidad abierta, desde el entendimiento y a partir de la sensibilidad social.
En fin, el legado de Adolfo Suárez, ahora que cumple ochenta años, sigue estando presente, por eso el centro político sigue siendo una asignatura pendiente en este momento, por eso muchos españoles deseamos que la moderación, el compromiso con los derechos fundamentales de todos los ciudadanos y la búsqueda de acuerdos vuelvan a la escena de la política española. Por eso, Adolfo Suárez es una referencia imprescindible entre nosotros. Muchas felicidades.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.