La calidad de una Administración se pone de manifiesto, especialmente, en las situaciones críticas, en los momentos de mayor adversidad. El barco, cuando hay tempestad, debe tener un buen capitán, que sepa orientar el timón a puerto seguro. Para eso, todos los estamentos del barco, mandos, tripulantes, marinería y pasajeros, deben colaborar cumpliendo cada uno con la tarea que le corresponde.
Hoy, en un momento especialmente grave para el devenir de España, parece que el entendimiento y la colaboración entre partidos políticos, empresarios, sindicatos, comunidades científicas, colegios profesionales y demás instituciones de la sociedad civil, debería concentrarse única y exclusivamente en el objetivo común: curar a los enfermos del virus y detener cuanto antes esta maldita epidemia que tanto dolor siembra entre nosotros. Lo demás debe ser secundario y orientado a ello. Todos debemos colaborar y dejar a un lado nuestras diferencias pues, de lo contrario, tardaremos más en salir de la crisis y los daños se ampliarán en todos los sentidos.
En este sentido, una buena Administración en una democracia, como puede leerse en la literatura especializada, es una Administración que resuelve los asuntos relativos al interés general teniendo en cuenta los dictámenes especializados de los mejores científicos disponibles, convocados por razones de reputación profesional a quienes hay que dejar trabajar en libertad sin presiones ni interferencias.
Una buena Administración debe actuar con previsión y precaución, evitando que los riesgos se consoliden y, por supuesto, prohibiendo cualquier actividad que pudiera ampliar o multiplicar las posibilidades de infección.
Una buena Administración en tiempos de emergencia compra bienes y servicios para la protección de la población, especialmente de los médicos y profesionales sanitarios con eficacia, eficiencia, de forma transparente y comprobando la calidad y utilidad de los bienes o servicios objetos de la contratación.
Una buena Administración, también y, sobre todo, en tiempos de emergencia sanitaria, respeta, promueve y protege las libertades ciudadanas, maximizando el pluralismo y promoviendo una sana crítica.
Una buena Administración en tiempos de pandemia se somete completamente al control judicial y rinde cuenta de sus actuaciones facilitando una información veraz y completa.
Una buena Administración, también y sobre todo responde de sus acciones y omisiones, especialmente en materia de protección de las libertades, del ejercicio de la potestad sancionadora, de las compras públicas o del uso de la potestad normativa durante el tiempo de la emergencia sanitaria.
Una buena Administración en tiempos de excepcionalidad elabora normas con claridad y certidumbre en el marco del principio de seguridad jurídica, regulando exclusivamente, para el tiempo que dure la pandemia, las cuestiones necesarias para combatir eficazmente la epidemia y paliar sus consecuencias sociales y económicas.
Una buena Administración en la excepcionalidad usa los poderes especiales de que dispone con mesura, proporción, justificando en cada caso, con elevados estándares, las decisiones que se adoptan pues cuanto mayor y más intensa es la discrecionalidad, mayor y más extensa es la obligación de su motivación.
 
Hoy, en España, quien quiera ver la real realidad, no la que fabrican las terminales de la propaganda, sabe perfectamente lo que está pasando. Por eso, ojalá que quienes dirigen la Administración pública tengan la valentía y el coraje de mirar a la cara a las familias españolas, pedirles disculpas, acompañarlos en el dolor por sus difuntos, y contagiarse de su unión y fortaleza, de la resistencia y temple que muestran día a día, y de la fe, convicción y determinación que tienen de salir adelante. Pero para eso, hay que recordar algo pensado parece que para estos días y que se atribuye a Dahlmann: “En todas las empresas humanas, si existe un acuerdo respecto a su fin, la posibilidad de realizarlas es cosa secundario.”
Por eso es urgente ya el acuerdo libre de versiones tecnoestructurales y que nos pongamos a remar todos en la misma dirección.  Como dice un proverbio portugués, que nuestros hermanos vecinos parecen tener muy claro en este momento, y que les está reportando grandes resultados en la lucha contra la pandemia: “el valor crea vencedores, la concordia crea invencibles”.  Quien siembra y cultiva concordia, ordinariamente la obtiene, pero quien cree que la concordia se impone o exige, no ha entendido nada. Nada.
 
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de Derecho Administrativo y Académico de la Academia Internacional de Derecho Comparado.