El centro es un espacio que tiene caracterización propia, que tiene significado sustantivo y que no es fundamentalmente el punto equidistante entre izquierda y derecha. Tampoco es, según me parece, la indefinición o la absoluta relatividad. Nada tiene que ver con la cosmética y menos con el teatro. Más bien, tal espacio se caracteriza por la mentalidad abierta, la capacidad de entendimiento, la sensibilidad social, la racionalidad, el realismo y, sobre todo, por el compromiso congruente con los derechos humanos de todos, especialmente de los más débiles y de los que tienen menos o ninguna posibilidad de salir adelante por si mismos.
La mentalidad abierta es lo contrario al prejuicio, al esteriotipo, al cliché, al etiquetaje, tan frecuente por estos pagos. De todos y de todo se puede aprender. También de los adversarios, quienes claro que pueden acertar y cuando ello ocurre debe reconocerse. La mente abierta es propia de personas que se distancian de los hábitos autoritarios, de personas que intentan liberarse de la tentación de la subjetividad en el ejercicio del poder y confeccionan políticas pensando en la realidad, en las personas que en ella habitan. La realidad es plural, dinámica, no se puede petrificar al servicio de los propios objetivos. La realidad tiene muchas dimensiones, muchos aspectos que hay que considerar para la toma de decisiones. Por otra parte, la mente abierta facilita que la contemplación de los problemas reales de relevancia colectiva que afectan en concreto a los ciudadanos, inviten a los políticos que pretendan trabajar desde el centro político a dar real solución a esos problemas, siendo lo de menos si la medida o las medidas a adoptar procede de esta u otra orilla ideológica. Es decir, la mentalidad abierta supone una inclinación a superar el pensamiento ideológico, el pensamiento bipolar. No importa quien sea el autor de las medidas ni desde dónde vengan las soluciones: si son adecuadas, humanas y eficaces, bienvenidas sean.
La capacidad de entendimiento es otra característica bien relevante del espacio del centro. Esto significa, no sólo la tendencia a abrir puertas, a tender puentes, al diálogo sincero, sino, sobre todo, la convicción de que es posible mejorar la propia posición, que es posible aprender de los demás en el diálogo. La política democrática mucho tiene que ver con el diálogo, con el encuentro, con la conciliación, con la integración de diferentes posturas o posiciones. Si se tiene mentalidad abierta y se persigue sinceramente el bienestar general de los ciudadanos, la búsqueda de soluciones es relativamente fácil. Ahora bien, cuando la primera consideración, o la única, es el mantenimiento del poder, entonces la realidad se difumina y se imponen los criterios tecnoestructurales.
La sensibilidad social, que afortunadamente ya no es hoy un patrimonio de ninguna ideología política, es, por supuesto, una fundamental característica del espacio de centro. Desde el centro se practican políticas sociales que van más allá de la pura y dura subvención que compra voluntades, políticas que posibilitan un mejor ejercicio de la libertad solidaria, políticas sociales que permiten un desarrollo personal más genuino y libre.
Las políticas centristas son políticas racionales. Todo se debe explicar, todas las políticas a emprender, o a criticar, pueden y deben ser objeto de estudio, de análisis. Desde el espacio de centro se hace pedagogía política sin caer el la tentación de la crítica destructiva como regla. En otras palabras, desde el espacio del centro se recomienda dedicar tiempo a formar equipos que proporcionen ideas y contenidos sobre los que basar los proyectos. La racionalidad y la contemplación de la realidad en todas sus dimensiones nos llevan de la mano a la comunicación. Para el espacio del centro la comunicación, sin ser el fin, es uno de los medios más importantes de la acción política. Una política de comunicación centrista es una política de comunicación que siempre está a la vanguardia, que lleva la iniciativa, que está pegada a la realidad, que sabe convertir los fracasos en éxitos, las crisis en oportunidades y que reconoce los errores cuando se cometen sin demoras y, sobre todo, que procura hacer llegar al pueblo mensajes inteligibles, claros y positivos.
El espacio de centro, pensado desde la superación del pensamiento ideológico, nos lleva de la mano a la consideración de uno de sus principales rasgos característicos: el trabajo para mejorar las condiciones reales de la vida de la gente. Es decir, el reformismo implica siempre una actitud de apertura a la realidad y de aceptación de sus condiciones. Sobre esta base, las políticas a realizar desde el centro han de caracterizarse por su moderación y su realismo político.
Además, es una exigencia del espacio del centro la eficiencia. Y el presupuesto de la eficiencia no es tanto la convicción política cuanto la competencia profesional, entendida ésta como apoyo, claro está, de la labor política ya que propiamente, la capacidad o competencia política excede de los límites de la simple capacidad profesional. Las políticas de centro han de ser también políticas equilibradas, políticas que han de atender a todas las dimensiones de lo real y del cuerpo social, de modo que ningún sector quede desatendido, minusvalorado o excluido. Justo lo contrario de la acción de gobierno del actual inquilino de la Moncloa.
Si las políticas centristas pueden ser caracterizadas como reformistas, moderadas, realistas, eficientes, equilibradas, fundamentalmente humanas desde una perspectiva básica, en cuánto a sus objetivos el rasgo que mejor las caracteriza es el profundo contenido social que representan. Son políticas de integración y en la misma medida se trata también de políticas cooperativas, que reclaman y posibilitan la participación del pueblo individualmente considerado, de las asociaciones, de las instituciones sociales, de manera que el éxito de la gestión pública debe ser ante todo y sobre todo un éxito de liderazgo, de coordinación; dicho de otro modo, un éxito del pueblo.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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