La política puede ser entendida como un trabajo al servicio objetivo del interés general y de los derechos de los ciudadanos, por lo que ciertamente tiene un carácter ético bien tienen que ver con la médula de un trabajo, el político, que se justifica en la medida en que los derechos de los ciudadanos brillan por su ejercicio en libertad solidaria y en que se preserve siempre objetivamente el interés general.
En efecto, la actividad política es una actividad profesional que requiere principios éticos relevante. Desde luego, el gobierno de los sabios o el gobierno de los LA intelectuales nada que, en el caso presente, garantizan fundamentalmente que el poder no sea un fin en si mismo sino un instrumento al servicio objetivo de la colectividad. En este contexto de servicio objetivo al interés general se puede comprender mejor que, en efecto, el centro de la acción política no está ni en los partidos, ni en sus dirigentes, sino en las .¿Qué quiere decir afirmar el protagonismo de la persona en la actividad política?. Desde personas, en la dignidad de la persona y en sus derechos inalienables.
Desde esta perspectiva, la persona, el individuo humano, debe dejar de ser entendido como un sujeto se limita a recibir sin más bienes y servicios públicos. Es decir, la persona no es un sujeto pasivo, inerme, receptor puro y duro, destinatario contemplativo de las llamadas políticas públicas. Si pensamos que la persona está en el centro de la actividad política es menester reconocer, y propiciar de verdad, que la persona sea el protagonista por excelencia de la vida política. Algo, al menos por estos lares, todavía lejano debido quizás a esa obsesión de los partidos y sus dirigentes por controlarlo todo y por evitar cualquier iniciativa social, sobre todo si no se puede manejar o si puede poner en peligro la propia posición.
mi punto de vista, tal aseveración implica, con todos los colores y matices que sean del caso, no, como pudiera parecer, que el individuo humano tenga un papel absoluto o que los gestores democráticos de los asuntos públicos deban se desplazados del protagonismo que les corresponde. Más bien, con ello pretendo subrayar algo que me parece capital: que la libertad de la persona, su participación en los asuntos públicos y su compromiso con la solidaridad constituyen tres vectores centrales de la política moderna.
Sin embargo, con cuanta frecuencia y facilidad se utiliza a las personas al servicio de determinadas políticas contrarias al interés general. Con cuanta frecuencia no es el pueblo quien asume la centralidad del sistema, sino que son los partidos y sus dirigentes quienes mueven a los ciudadanos para la satisfacción incluso de ambiciones personales. El 25M ha demostrado que el juego ha terminado y que la manipulación y el control social, antes desde el vértice del poder, ahora puede venir desde la demagogia y el populismo. Por eso, es menester recuperar el sentido de la política y de la dignidad del ser humano a través de políticas públicas creíbles, razonables y humanas. Sino, en poco tiempo, veremos cosas que pensábamos de otro tiempo y de otras latitudes. En camino estamos.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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