La cercanía de unas nuevas elecciones dispara las alarmas de quienes aspiran a conquistar el espacio del centro. Se discute sobre si el centro es un espacio político propio, si es la pura ambigüedad o la mera equidistancia. Es bastante común pensar que el centro en política constituye el punto intermedio entre la izquierda y la derecha, la pura y dura equidistancia. Es decir, si ciframos el espectro de las posiciones políticas de uno o diez y situamos en el uno la extrema derecha y en el diez la extrema izquierda, o viceversa, el centro estaría en el 5. Esta sería la aproximación más frecuente, una aproximación de geografía política podríamos decir.
 
Sin embargo, desde el punto de vista geométrico, el centro no sería más que una posición política de naturaleza táctica, una estrategia para orientarse siempre, al margen de principios y criterios concretos, al sol que más calienta, una forma de estar en política que antepone el afán de supervivencia a la solución de los problemas reales del pueblo. Ejemplos de ello están en la mente de todos, a una u otra orilla ideológica.
 
Simplificando las cosas, que es lo que se debe hacer en un breve artículo de opinión, se puede decir que la palabra “centro” proviene del término griego “kentron”, que al latinizarse, “zentrum”, algunos derivan la palabra aguijón, que, como es sabido, se refiere a la punta del compás sobre la que se apoya el trazado de la circunferencia. De esta manera, desde una perspectiva geométrica, el término centro nos lleva a ese punto “central” del círculo del que equidistan todos los de la circunferencia; y, en la superficie, el punto del que equidistan todos los de la superficie.
 
En efecto, esta afirmación sencilla explica adecuadamente la complejidad de la realidad, la pluralidad inherente a la vida social y política y, sobre todo, la riqueza de las diversas posiciones posible desde las que buscar soluciones a los problemas y asuntos de naturaleza pública que preocupan al pueblo. En mi opinión, el ejemplo de la esfera, del círculo es mejor que la bipolarización de un segmento que dibuja la reducción del espectro político a derecha e izquierda, como si las posibilidades de ubicación ideológica sólo admitieran dos, o tres a lo sumo, opciones.
 
Quizás por ello, tomar el centro sólo y exclusivamente como equidistancia de los extremos es aceptar la bipartición de la realidad, el pensamiento bipolar y, consecuentemente, el empobrecimiento vital de las personas y del conjunto de la sociedad que, en materia política sólo podría militar en un lado, en el otro, o en el punto intermedio.
 
En fin, el esquema bipolarizador que representa la hegemonía de la tecnoestructura, en cualquiera de sus versiones y fórmulas, explica el intento deliberado de perpetuar este planteamiento ideológico por temor a la emergencia del dinamismo vital de personas libres y responsables, críticas, que piensan y actúan desde coordenadas abiertas y plurales. Algo que la burocracia dirigente prefiere ni plantearse, al menos por ahora.
 
El centro, desde este punto de vista, no representa equidistancia entre dos extremos. Tampoco es el consenso como sistema porque el diálogo es un medio, magnífico, pero no un fin. El espacio de centro, como intento explicar desde hace más de diez años, tiene personalidad propia, entidad y sustancia específica que, sin necesidad de encarnarse en un partido concreto, representa nuevas formas de pensar y actuar en política.
 
El espectro político, tradicionalmente definido por dos puntos y representado por un segmento, ahora, con la mirada de nuevos enfoques, se amplía y se define por tres puntos que, más que un segmento, expresan un triángulo con trasposiciones definidas y diferentes. Si seguimos con la metáfora y aceptamos que tenemos definidos los tres puntos, los fundamentos de geometría nos permiten dibujar una nueva figura: la circunferencia. En ella, a diferencia del segmento, el centro ocupa una posición de apertura a todos los puntos de la superficie, desde él se puede mirar a la izquierda, a la derecha, hacia arriba, hacia abajo sin la rigidez impuesta por el tradicional segmento bipolar. Esto explica que desde el centro no existen políticas de prejuicios o de diseño, sino que desde la realidad, pensando en la dignidad de la persona,  se buscan las mejores soluciones, como se dice ahora, vengan de dónde vengan.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.