El descrédito que en este tiempo acompaña a los políticos y a la política reclama alguna reflexión acerca de esta relevante actividad y de sus principales protagonistas.  La política, bien lo sabemos,  es una tarea de rectoría de los asuntos públicos orientada  a la mejora de las condiciones de vida del pueblo. En la medida en que la política democrática descansa sobre el Estado de Derecho, la racionalidad debe presidir la confección y elaboración de las políticas públicas, así como su comunicación y explicación a los ciudadanos.
Comunicación y explicación son dos funciones bien relevantes de los nuevos espacios políticos que han de realizarse pedagógicamente, dedicando tiempo a exponer  y comunicar las argumentaciones y las razones que justifican la acción de gobierno o la oposición política.
 
La realidad demuestra, más bien, que la pedagogía y la explicación brillan por su ausencia. Probablemente porque reclaman trabajo, esfuerzo, situarse en la piel de quienes escuchan, de las personas a que van dirigidas los mensajes, de los destinatarios de las políticas. Además, la pedagogía hay que hacerla cerca de las personas, de los ciudadanos, y ello supone que hay que desplazarse hacia ellos para comprender mejor sus puntos de vista, sus reclamaciones, sus ideas, sus problemas  y sus anhelos.
 
En efecto, los nuevos espacios políticos, entre los que se sitúa el centro, traen consigo una particular exigencia de pedagogía política. Efectivamente, en el desarrollo de sus políticas, las formaciones inspiradas en el espacio de centro deben atender de modo muy particular a la comunicación con el entorno social, con toda la sociedad. El trabajo de pedagogía política no es, de ninguna manera, una labor de adoctrinamiento, de conversión ideológica, sino precisamente de transmisión de los valores y principios que caracterizan esta forma de estar y de hacer política.
 
En este tiempo en el que algunos confunden el centro con la invisibilidad o con el silencio, con la indefinición o la ambiguedad,  la exigencia de pedagogía es, si cabe, más relevante.  Desde el centro, espacio de apertura, pluralidad, dinamismo y complementariedad, es menester que se transmitan al pueblo las políticas a emprender acompañadas o precedidas de las razones, de las motivaciones, y, cuándo las argumentaciones desde la que se ejerce la oposición política.
 
Por ejemplo, una política nacional de agua para todos exige adoptar las decisiones que permitan, en efecto, que dónde existan los excedentes de agua se puedan llevar a las zonas de España que la necesitan. Es este un tema de palpitante y rabiosa actualidad en el que es menester explicar con claridad y racionalidad al pueblo el sentido que tiene el principio de solidaridad, principio que hoy requiere una urgente revitalización si es que queremos que la solidaridad entre todos los pueblos de España siga siendo, como proclama el artículo 2 de la Constitución, una de las principales señas de identidad de nuestro modelo constitucional de Estado.
 
 
La pedagogía política impide la demagogia porque la racionalidad es su mayor enemigo. Cuando las propuestas o las medidas se pueden explicar desde la razón, desde la lógica y desde una argumentación al alcance de cualquier fortuna es probable que el pueblo soberano pueda comprender mejor el alcance y sentidos de esas políticas. Y cuando esas políticas se demuestra que se hacen para todos porque son exigencias de la centralidad del ser humano, entonces se transita por el buen camino. En cambio, cuando hay miedo o cálculo a dar la cara o cuando se huye de la argumentación es que las decisiones ni son democráticas, ni equilibradas, ni moderadas, sino todo lo contrario.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de Derecho Administrativo