Lo qué son las cosas, ahora resultaría que los conservadores de toda la vida se han hecho progresistas y los progresistas se aferran al statu quo con inusitada fuerza. Al menos a juzgar por algunas de las últimas manifestaciones podría pensarse que la calle y la educación ha dejado de ser patrimonio de una determinada ideología para marcharse a la orilla de su antagonista. Si embargo, las cosas son, afortunadamente, más complejas, por una parte, y, más sencillas, por otra.

 
Hoy en día pretender capturar para una ideología determinados aspectos de la vida social es un ejercicio llamado al fracaso. Porque ni la educación, ni la familia, ni los derechos fundamentales son compartimentos estancos al servicio de una determinada manera de interpretar el mundo. Es más, la discusión se encuentra en soluciones humanas o inhumanas a los problemas del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Seguir con la cantinela de la izquierda y la derecha y los recetarios o varitas mágicas pertenece al pasado. Ahora, lo que queremos son políticas que apuesten por la persona y sus derechos fundamentales, políticas que favorezcan la libertad solidaria, políticas que abran el espacio de la deliberación pública a la vitalidad de la gente normal, políticas que entiendan los ciudadanos.
 
Hoy, en los inicios de un nuevo siglo, las ideologías cerradas ya no cuentan porque no pueden aplicarse de forma totalitaria a la realidad determinados modelos teóricos elaborados en sesudos gabinetes sociométricos. Hoy, el progreso está en ayudar a las personas a ser más libres y solidarias, en propiciar modelos educativos que transmitan conocimientos para manejarse en el mundo con criterio y capacidad crítica. Hoy, lo rancio y reaccionario es mantener el pensamiento único contra viento y marea, es mantenerse en el poder cómo sea y al precio que sea, es excluir y laminar a los adversarios o a los que piensan de otra manera, es manipular a la opinión; en fin todo ese glosario de prácticas cerradas y estáticas que han configurado entre nosotros esa partitocracia que tanto daña causa a la democracia y que muy pocos se atreven a denunciar.
 
Hoy, el progreso viene de la mano de la participación real de las personas en los asuntos públicos que les conciernen. La representación política hoy es la que es y tiene la eficacia que tiene. Mientras tanto, la presencia de foros cívicos y asociaciones ciudadanas en la pelea por abrir el interés general a la ciudadanía va ganando enteros, a la vez que los partidos parecen no enterarse de lo que está pasando. Este es el progreso del tiempo en que estamos. El regreso, como siempre, intenta evitar que se camine hacia delante. Pero, como siempre, el progreso triunfará.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.