Todos los años, como es sabido, la ONG Transparencia Internacional publica su índice de percepción de la corrupción. Se trata de un ranking elaborado a partir de encuestas y preguntas formuladas a diversos agentes económicos y sociales. Se mide la percepción, no la realidad. En cualquier caso, la percepción de la corrupción en relación con el año pasado sigue creciendo.
En efecto, de los 183 países escrutados, apenas una cuarta parte obtiene un aprobado. Este dato, de por sí preocupante, arroja, sin embargo, un dato esperanzador: la indignación de la población ante estas prácticas ha crecido sustancialmente. Ahí están las revueltas en el Norte de África, ahí están los movimientos de “indignados” en muchas partes del mundo, ahí está el clamor de muchos millones de ciudadanos que exigen cambios radicales en esta materia.
Los países más corruptos, como cabría esperar, son los más pobres: Somalia, Corea del Norte y Birmania. España baja un punto con respecto al anterior ranking: ahora estamos en el puesto 32 con una nota de 6.1, siendo 10 la excelencia en la transparencia y el 0 la máxima corrupción. Es verdad que tenemos muchos países por detrás como la propia Italia o Grecia. Pero ello no debe ser un consuelo porque la calificación que se nos otorga en relación con la percepción de la corrupción sigue siendo manifiestamente mejorable. Nos falta una ley de acceso a al información de interés general y todavía la transparencia y los escasos hábitos de rendición de cuentas explican por sí solas la nota tan baja que tiene un país que debiera estar a la altura de los más transparentes como Finlandia, Noruega o Nueva Zelanda.
En el área iberoamericana tampoco hay grandes novedades. Venezuela se lleva la palma de la corrupción con una calificación de 1.9 y, de nuevo Chile y Uruguay obtienen notas altas como consecuencia de la seriedad y rigor en la gestión y administración pública. En el Norte de África, centro de los recientes conflictos políticos, Túnez con un 3.8 es el país de la región con mayor calificación seguido de Egipto (2.9), Siria (2.6) y Yemen (2.1).
China tiene una calificación muy baja, 3.5. Estados Unidos obtiene un 7.1, Alemania un 8 y Japón también un 8. Llama la atención el dato de EEUU, que obtiene su peor calificación en los últimos 15 años, lo que no debe ser casual, sino relacionado con el sinnúmero de fraudes y estafas registradas en estos años de profunda, y grave, crisis económica y financiera.
La percepción de la corrupción, pues, sigue su curso. La indignación de la ciudadanía, reclamado gobiernos más transparentes y más pendiente de los problemas reales del pueblo es, desde luego, un síntoma esperanzador. Sin embargo, a pesar de tantas normas, de tantos códigos y de tantas iniciativas como las que en la actualidad existen en todas las latitudes, la codicia y el afán desenfrenado de poder y dinero sigue presente en la vida de los poderosos. Y de qué manera.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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