No hay que ser un lince para darse cuenta de que en el mundo actual es menester potenciar cualidades tan profundamente enraizadas en el pensamiento democrático como el servicio a los más necesitados, el cuidado de los más débiles, el respeto a la corporalidad decaída, la capacidad de sacrificio, el reconocimiento de la dignidad intocable de cada una de las personas, la misericordia, la ternura o el agradecimiento.En el fondo, como ha señalado Llano, el humanismo cívico requiere atender a estas diferencias inspirando un nuevo concepto de ciudadanía, que apunte hacia los derechos humanos, con un sesgo más cultural que técnico-político.

Es bien sabido que en los últimos años se ha intentado a toda costa evitar que el proceso educativo se caracterice por la formación integral y por el cultivo de las humanidades. No es una casualidad. Es, me parece, una singular manera de evitar que la sociedad disponga de hombres y mujeres libres, con una formación amplia, amigos de la discusión y del debate, sensibles a la crítica y comprometidos con los valores humanos y las más genuinas cualidades democráticas.

Por paradójico que parezca, los planteamientos de corte intervencionista han intentado tener a la entera sociedad bajo el control público y, para ello, nada mejor que contribuir a formar -deformar- hombres y mujeres conformistas, pasivos, inertes, que todo lo esperan del Estado; hombres y mujeres que no saben lo que es el esfuerzo y que no quieren oír hablar de solidaridad o de compromiso. Hombres o mujeres a quien se proporciona, desde las terminales de la tecnoestructura, una colosal maquinaria de distracción que les hurta el pensamiento libre y crítico.

El conocimiento, por ejemplo de los clásicos, sirve para comprender mejor el mundo, para acercarnos a la belleza, a la esperanza, a esas las enseñanzas que hoy tanto necesitamos. Igualmente, la literatura y la filosofía clásica siguen siendo válidas porque el ser humano, menos mal, sigue siendo el mismo, sigue viviendo en una encrucijada de pasiones,  intereses o prejuicios, que, a pesar del tiempo transcurrido siguen siendo idénticos a los de los primeros pobladosres. El día en que temas como la solidaridad, el poder, la venganza, el honor o el amor no sean ya humanos, dejarán de ser actuales Homero, Sófocles O Virgilio, por ejemplo.

Es importante volver a los contenidos humanísticos en el bachillerato y en la universidad. Es importante y urgente porque la formación humanística aumenta la sensibilidad de los ciudadanos ante la injusticia, ante la intolerancia, ante los fundamentalismos, ante ese despotismo blando tan de moda que acaba por ir borrando poco a poco la fuerza de la libertad y del compromiso por los derechos humanos. Y, sobre todo, ante ese populismo y esa demagogia que tanto éxito tienen en un mundo en el gusto por el pensamiento y reflexión cotizan a la baja y en el que da pingues resultados la manipulación y el control social. Por eso, la educación es tan importante, tan importante.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana