De un tiempo a esta parte, quizás por la caída del Muro de Berlín,  la realidad es que la izquierda se encuentra huérfana de referencias éticas y morales. En unos países asume postulados privatizadores, en otros se echa en manos del radicalismo y en otros aparece disfrazada de una obsesión por la eficacia y la eficiencia franzamente sorprendente.  En España, por parte de la izquierda tradicional no tenemos más que eslóganes y frases edulcoradas para intentar ofrecer un rostro amable a la ciudadanía. Y, por lo que se refiere a la nueva izquierda, no hay más que oportunismo y una acumulación de rencor y resentimiento nada dseñable.
 
Por eso, podemos preguntarnos, ¿dónde está la izquierda?, ¿ se está camaleonizando?, ¿no está la izquierda orgullosa de sus reivindicaciones?. Éstas y otras parecidas preguntas circulan en muchos ambientes intelectuales como  consecuencia del desconcierto que están produciendo, y han producido en el pasado reciente, numerosas políticas realizadas por gobiernos socialdemócratas o socialistas en Europa.
 

 

 Agudos pensadores como  Edgar MORIN, por ejemplo, advierten de la necesidad de superar los viejos dogmas de la socialdemocracia para evitar el desplome de una opción ideológica que no ha sido capaz de adaptarse a los nuevos tiempos. En efecto, para MORIN, nada sospechoso de su afiliación ideológica, tras la caída del Muro de Berlín,  del socialismo totalitario, y tras el agotamiento de la socialdemocracia antigua, lo único que sigue vivo en la izquierda son las aspiraciones de libertad y de fraternidad que encontraron respuesta a través del socialismo. Hoy, señala el sociólogo francés, los fundamentos cognoscitivos del pensamiento socialista no sirven para comprender el mundo, el hombre y la sociedad. La pretensión marxista de que la ciencia proporcionaba certeza y eliminaba el interrogante filosófico fue desmontada en la medida de que precisamente todos los avances de la ciencia reavivan justamente los interrogantes filosóficos fundamentales. El determinismo marxista, por otra parte, sucumbió, pues como recuerda MORIN «el hombre y la sociedad no son máquinas triviales pues, lógicamente, son capaces de actos inesperados y creadores».
 
Frente a un Estado que no era más que un instrumento en las manos de la clase dominante, la realidad demostró los errores de ese pronóstico. MARX creía en la racionalidad de la historia y, sin embargo, hoy sabemos que la historia no progresa en línea recta. Y así, una a una, podríamos seguir analizando otros argumentos del pensamiento marxista sobre la concepción del hombre o de la sociedad, por ejemplo, que igualmente se desintegraron como también fracasaron, dice MORIN, los fundamentos de la esperanza socialista.
 
¿Que queda entonces del socialismo?, podemos preguntarnos. Simplemente, no quedan más que algunas fórmulas rituales y un evidente pragmatismo de lo inmediato. Ahora se trabaja sobre una amalgama de tópicos en relación con la modernidad, con la sociedad o con la gestión, abandonando todo principio o apelación a valores tradicionales de esta orilla ideológica.
 
Por lo que se refiere a la apelación a la modernidad, conviene tener en cuenta, como señala MORIN, que lo moderno, en su sentido de creencia en el progreso garantizado y en la infalibilidad de la técnica, está ya superado. Por eso, como señala el viejo sociólogo francés, es ya el momento de dejar de lado toda creencia providencial en el progreso y extirpar la funesta fe en la salvación terrenal. Necesitamos un pensamiento apto para captar las múltiples dimensiones de la realidad, pues las necesidades humanas no son sólo económicas y técnicas, sino también afectivas y mitológicas.
 

 
La cuestión hoy se centra, por sorprendente que parezca, en civilizar la tierra. El desarrollo urbano trajo consigo, además de mayores libertades, una atomización consecuencia de la pérdida de antiguas solidaridades y de las servidumbres de las obligaciones organizativas modernas. Sabemos que el desarrollo capitalista trajo la mercantilización generalizada, destruyendo buena parte del tejido de la convivencia. Por otra parte, no se puede ignorar que el desarrollo industrial trae consigo, además de nivel de vida algunas reducciones en la calidad de vida y que el surgimiento de nuevas técnicas, especialmente informáticas -señala MORIN-       ,provoca perturbaciones económicas y desempleo, cuando debería convertirse en factor de liberación.
 
Para el pensador francés, la crisis del progreso afecta a toda la humanidad, provoca rupturas por todas las partes, hace chirriar las articulaciones, determina replegamientos particularistas, las guerras estallan de nuevo, el mundo pierde la visión global y el sentido del interés general. En este contexto, el socialismo apenas puede traer nada nuevo, a no ser que trate de apropiarse, como acostumbra, de ideas de otras formas de pensamiento presentándolas como propias. En fin, sentencia Edgar MORIN, es irrisorio que los socialistas afectados de miopía, busquen aggiornar, modernizar, socialdemocratizar, cuando el mundo debe afrontartremendos problemas de este final de los tiempos modernos.
 
La clave está en volver a confiar en el hombre, en la persona, en impregnar de contenido humanitario al conjunto de las realidades de hoy. Para recuperar la esperanza, concluye MORIN, es preciso repensar, reformular en términos adecuados el desarrollo humano. Curiosa sentencia de un honesto socialista que debiera, en este tiempo de cambios, animar el pensamiento socialista para que no quede reducido a la nada o, lo que es lo mismo, al marketing y a la propaganda ramplona
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. @jrodriguezarana