Por eso, podemos preguntarnos, ¿dónde está la izquierda?, ¿ se está camaleonizando?, ¿no está la izquierda orgullosa de sus reivindicaciones?. Éstas y otras parecidas preguntas circulan en muchos ambientes intelectuales como consecuencia del desconcierto que están produciendo, y han producido en el pasado reciente, numerosas políticas realizadas por gobiernos socialdemócratas o socialistas en Europa.
Frente a un Estado que no era más que un instrumento en las manos de la clase dominante, la realidad demostró los errores de ese pronóstico. MARX creía en la racionalidad de la historia y, sin embargo, hoy sabemos que la historia no progresa en línea recta. Y así, una a una, podríamos seguir analizando otros argumentos del pensamiento marxista sobre la concepción del hombre o de la sociedad, por ejemplo, que igualmente se desintegraron como también fracasaron, dice MORIN, los fundamentos de la esperanza socialista.
¿Que queda entonces del socialismo?, podemos preguntarnos. Simplemente, no quedan más que algunas fórmulas rituales y un evidente pragmatismo de lo inmediato. Ahora se trabaja sobre una amalgama de tópicos en relación con la modernidad, con la sociedad o con la gestión, abandonando todo principio o apelación a valores tradicionales de esta orilla ideológica.
Por lo que se refiere a la apelación a la modernidad, conviene tener en cuenta, como señala MORIN, que lo moderno, en su sentido de creencia en el progreso garantizado y en la infalibilidad de la técnica, está ya superado. Por eso, como señala el viejo sociólogo francés, es ya el momento de dejar de lado toda creencia providencial en el progreso y extirpar la funesta fe en la salvación terrenal. Necesitamos un pensamiento apto para captar las múltiples dimensiones de la realidad, pues las necesidades humanas no son sólo económicas y técnicas, sino también afectivas y mitológicas.
La cuestión hoy se centra, por sorprendente que parezca, en civilizar la tierra. El desarrollo urbano trajo consigo, además de mayores libertades, una atomización consecuencia de la pérdida de antiguas solidaridades y de las servidumbres de las obligaciones organizativas modernas. Sabemos que el desarrollo capitalista trajo la mercantilización generalizada, destruyendo buena parte del tejido de la convivencia. Por otra parte, no se puede ignorar que el desarrollo industrial trae consigo, además de nivel de vida algunas reducciones en la calidad de vida y que el surgimiento de nuevas técnicas, especialmente informáticas -señala MORIN- ,provoca perturbaciones económicas y desempleo, cuando debería convertirse en factor de liberación.
Para el pensador francés, la crisis del progreso afecta a toda la humanidad, provoca rupturas por todas las partes, hace chirriar las articulaciones, determina replegamientos particularistas, las guerras estallan de nuevo, el mundo pierde la visión global y el sentido del interés general. En este contexto, el socialismo apenas puede traer nada nuevo, a no ser que trate de apropiarse, como acostumbra, de ideas de otras formas de pensamiento presentándolas como propias. En fin, sentencia Edgar MORIN, es irrisorio que los socialistas afectados de miopía, busquen aggiornar, modernizar, socialdemocratizar, cuando el mundo debe afrontartremendos problemas de este final de los tiempos modernos.
La clave está en volver a confiar en el hombre, en la persona, en impregnar de contenido humanitario al conjunto de las realidades de hoy. Para recuperar la esperanza, concluye MORIN, es preciso repensar, reformular en términos adecuados el desarrollo humano. Curiosa sentencia de un honesto socialista que debiera, en este tiempo de cambios, animar el pensamiento socialista para que no quede reducido a la nada o, lo que es lo mismo, al marketing y a la propaganda ramplona
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. @jrodriguezarana