Estos días se ha reunido el 18 Comité Central del partido comunista chino y, como se esperaba, la prensa occidental  recoge lo que las autoridades del gigante asiático quieren que se conozca. Ni ha habido prensa internacional en las reuniones ni ha trascendido más de lo que la tecnoestructura ha querido comunicar. En este contexto, pues, lo que nos  llega, no sólo hay que ponerlo en cuarentena, sino que debe ser objeto de contraste hasta donde sea posible.
De un tiempo a esta parte, se nos viene diciendo que en China se ha abierto  la puerta al mercado.  Que existe un sistema de mercado peculiar controlado y dominado, solo faltaría, por el todopoderoso PC chino, que es quien decide qué empresas privadas pueden participar en este regulado y controlado mercado, y cuáles no. Por eso, a pesar de que los medios de comunicación europeos hayan titulado muchas de las crónicas de estos días afirmando que China impulsa un papel decisivo de la iniciativa privada en la economía, lo cierto y verdad es que tal afirmación mal, muy mal, se compadece con otra que a renglón seguido  recogen los medios de comunicación occidentales: que el Estado seguirá siendo el actor dominante.
Si el Estado sigue dirigiendo la economía y la libertad sigue brillando por su ausencia, sea en el plano ideológico o económico, en este último caso con los matices comentados,  la verdad es que este capitalismo chino al que tantos empresarios europeos rinden pleitesía no deja de ser una broma de mal gusto que sale muy cara a los trabajadores del mundo occidental.
La cuestión sigue centrada en la libertad, en que se abra el país al pluralismo, a la libertad de expresión, a la participación ciudadana, a la libertad solidaria. Es verdad que muchas transiciones a la democracia en países comunistas han comenzado con tímidas aperturas a la libertad económica. En el caso chino, sin embargo, llevamos ya varios años escuchando la cantinela de que es necesario abrir la economía al mercado. Un mensaje que no hace más que afianzar el poder de un partido comunista que es quien decide, de una manera o de otra, quienes son los empresarios que pueden jugar. Y si así son las cosas, las expectativas de libertad y de lucha por los derechos humanos en China no son nada halagüeñas.
Claro, por estos lares, en este viejo y enfermo continente, tomado y dominado hoy por la versión más insolidaria e inhumana del capitalismo, los métodos y sistemas de producción del gigante asiático hacen las delicias de propios y extraños  mientras las condiciones laborales de los más desfavorecidos empiezan a homologarse con los estándares del país asiático.
La cuestión no es sólo, como ahora plantea los dirigentes del PC chino, abrir más el capital de las empresas públicas al sector privado. Eso está muy bien pero es insuficiente. La verdadera transformación pasa por la existencia de una prensa libre y de elecciones plurales, algo de lo que, por el momento, no quiere hablar el partido comunista chino.
La presunta liberalización económica china iniciada en 2008 no ha sido tal. Según datos de la OCDE, el crecimiento chino en 2013 será el menor de los últimos 23 años. El propio Comité Central del PC Chino no engaña cuándo, en relación con la reunión de estos días, dice con toda claridad que el objetivo de las reformas aprobadas es mejorar y desarrollar el socialismo con características chinas e impulsar la modernización del gobierno y las capacidades del país. Más claro, agua.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es