El consenso en la sociedad democrática encaja con el respeto a la verdad, al menos desde un planteamiento ético. Buscar el consenso no implica, ni mucho menos, rechazar la verdad. Todo lo contrario, la búsqueda del consenso puede  ser una vía muy buena para llegar a la verdad, siempre que se tenga bien presente que es posible equivocarse, pero no decir que la verdad es imposible. Consenso y verdad, por tanto, están más próximos de lo que puede parecer: un consenso sin referencia a la verdad pierde su legitimidad ética porque no es función del consenso señalar lo éticamente  adecuado en concreto, sino su aproximación a la verdad.
 
En este sentido, conviene no olvidar, porque en todo este tema es básico, que afirmar que se debe convivir sin que nadie imponga sus convicciones a los demás, no deja de ser una falacia. Porque, ¿ qué sería de nosotros  si la fuerza de la dignidad personal y de los derechos humanos no prevaleciera?. Sencillamente, estaríamos instalados en la tiranía y la arbitrariedad. ¿Por qué? Porque no se puede  olvidar que el Derecho con mayúscula, tiene como finalidad evitar que cada cual pueda comportarse como le venga en gana, sin límites, pues la convivencia sería imposible. La limitación de los derechos es una de las bases de la democracia, como lo es la convivencia pacífica y la dignidad del ser humano. De todas formas, lo capital es discernir cuáles son las convicciones  que desde la racionalidad deben presidir la convivencia social y asegurar una vida digna y humana así como el procedimiento a emplear.  Asuntos que suelen despacharse en este tiempo, con demasiada superficialidad.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
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