Zygmunt Bauman, famoso sociólogo polaco de origen judío acaba de fallecer en Leeds. Ciudad en la que se estableció en 1972 para enseñar en su Universidad tras ser declarado persona non grata por el régimen comunista polaco en 1968. Mundialmente se le conoce como el intelectual que puso en circulación en 1999 la idea de la modernidad líquida, esa manera característica organización social en la que todo es pasajero, inaprehensible, en continua y constante transformación.
Bauman tuvo una infancia difícil. Con solo 13 años, nació en 1925, su familia tuvo que emigrar a la URSS escapando de la invasión nazi de Polonia. Se alistó en la división polaca del ejército comunista y fue condecorado en 1945. Volvió después a Polonia y compatibilizó la milicia con los estudios universitarios y la participación activa en el partido comunista, hasta que las purgas de 1968 le obligaron a tomar el camino del destierro. Primero en Tel Aviv y después, desde 1972 hasta su muerte, en Leeds, donde enseñaría por largas décadas en la Universidad.
Zygmunt Bauman era un pensador, un intelectual de los que ya no quedan. Se compartirán o no sus tesis, pero en el tiempo en que vivimos sus ideas resuenan con fuerza en un mundo dominado por lo que llamaba el “precariado”, una forma de referirse a la forma de vida a que son sometidos millones de seres humanos en la época de la globalización. En efecto, en lo que el denominaba “vulnerabilidad mutuamente asegurada” se encierra uno de los grandes males de este tiempo: la indiferencia ante el sufrimiento de los demás.
El pensamiento líquido, como es sabido, es una de las aportaciones más relevantes de la obra científica de Zygmunt Bauman, de quien en este tiempo se cantan loas y alabanzas. Es verdad, su reflexión sobre esta cuestión es ciertamente relevante, si bien su mérito está sobre todo en describir la realidad. Una realidad en continuo cambio y transformación, que huye de las convicciones, de los compromisos, de todo lo que pueda oler a sustancial o sólido.
Se podría decir hasta que Bauman es el mejor difusor de esta nueva ideología. En efecto, al final el pensamiento líquido parte de un a priori: todo está en cambio, no hay nada seguro, lo sólido no existe. Así, de esta manera, aparece el relativismo, que es compañero inseparable de viaje del pensamiento líquido.
Bauman acierta en su diagnóstico y desde su constatación, invita a la crítica. Sin embargo, lo líquido domina en la cultura occidental, pero no, por ejemplo en el Islam, donde lo sólido podríamos decir es pétreo.
Bauman es un magnífico descriptor dela realidad como buen sociólogo. Sin embargo, cuando afronta la crítica de esta sociedad líquida no escapa del pesimismo que domina su relato de la realidad que le circunda. Al final, el mismo cae en lo líquido.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
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