El populismo, tal y como se presenta en el tiempo en que vivimos, presenta muchas caras, muchas expresiones. Sin embargo, a pesar de las diferentes puestas en escena que ofrece, hay una serie de rasgos comunes que se refieren a la retórica empleada, al liderazgo carismático y, sobre todo, a una peculiar forma ideológica de gobernar más allá de políticas concretas y perceptibles. Otro rasgo que caracteriza a los populismos es que crecen en períodos de gran contestación social y política en los que se pretenden construir nuevos espacios políticos, en momentos en  los que el ciudadano quiere ser el centro de la nueva política, de la nueva forma de encarar los problemas de las sociedades.
Ordinariamente, la emergencia de los populismos tiene una relación directa con la aparición de líderes con capacidad de conectar con las masas sociales,  dirigentes dotados de  una especial sensibilidad para comprender los problemas reales de los ciudadanos con una excepcional capacidad de persuasión. Obviamente, para que germine el populismo, es menester que los actores políticos del momento no estén en condiciones de mantener una línea de comunicación con la población convincente a causa, por ejemplo,  de su  falta de compromiso para hacer las reformas que se demandan por todo el cuerpo social.
Si nos fijamos en la forma de comunicación elegida por los líderes populistas nos encontramos con expresiones cercanas que incluyen anécdotas personales y ejemplos concretos, apelaciones constantes a la participación del pueblo y una capacidad de reacción notable en relación con los problemas que aparecen en cada momento.
Casi todos los populismos actuales coinciden en su unánime clamor de democracia real. El problema aparece cuándo el populismo popular, valga la redundancia, no responde al cliché, al estereotipo diseñado por los intelectuales de salón del populismo. En efecto, hay  un populismo sano, que es el que procede de las demandas y reclamaciones del pueblo que se refieren a la mejora de la democracia, al aumento de la participación, a las protestas contra las leoninas condiciones de las hipotecas o a la necesidad de que los partidos y los sindicatos se abran de verdad a la democracia. Y hay un populismo ideológico, que es el que se conforma  y construye en los gabinetes de los intelectuales,  aquel en el que se pretenden imponer las preferencias y gustos de la tecnoestructura del populismo.
Es el caso, por ejemplo, de la crítica que se hace a la Unión Europea y al tan cacareado déficit democrático. En efecto, poco que decir a tal reivindicación. Sin embargo, cómo es posible que se hable de mejorar los mecanismos de participación del pueblo en las políticas comunitarias por un lado, y por otro, se minusvalore la voluntad de 1.7 millones de europeos que firmaron el manifiesto Uno de nosotros en defensa del embrión humano. ¿Es qué porque tal petición no es del agrado de las minorías tecnosistémicas hay que tirar a la papelera la petición de tantos cientos de miles de ciudadanos de la Unión?.
En materia de inmigración, también observamos el juego del pensamiento ideológico. ¿Es que todo intento de regulación de este fenómeno social es en sí mismo xenófobo o racista?. Aunque obviamente todavía estamos lejos de resolver esta difícil realidad, hay que reconocer que algunas iniciativas de la UE, no todas ciertamente, son positivas. Es el caso de la prevención del llamado “turismo de prestaciones”.
En fin, escuchar las reclamaciones del pueblo tal y como son, es lo que deben hacer los políticos, de la etiqueta que sean. Y, hacerlas reales, es el desafío de los políticos democráticos. Aprovechar, sin embargo, las ansias de mayor justicia y de sensibilidad social para poner patas arriba instituciones sociales arraigadas en la sociedad –familia, matrimonio, libertad de escuela, o derecho a la vida-, sin ni siquiera consultar con el pueblo, tal y como se está haciendo, a veces en sistemas políticos no populistas, es un fraude, una estafa  y un engaño de colosales dimensiones.
El populismo es un fenómeno que hay que estudiar con rigor, en especial la categoría y magnitud de las reclamaciones que realmente proceden del pueblo, no de esas minorías tecnoestructurales adiestradas en el dominio y la manipulación social, obsesas de los moldes prefabricados, que usan al pueblo para sus juegos de poder
Como dice el historiador canadiense Larry Gambone, el mundo de los intelectuales no es el mundo de la gran mayoría (…). El pueblo llano no comparte su visión racionalista, nihilista, sin raíces, sin tradición, ni tampoco su estilo de vida. Por eso lo que es impopular no es lo que decretan las élites desde sus despachos en los centros de la intelectualidad, sino lo que el pueblo mayoritariamente considera como tal.
En fin, el populismo que resurge en este tiempo tiene una componente reivindicativa que se debe analizar a fondo. No sólo para evitar que quienes aspiran a canalizar tales reclamaciones terminen utilizándolas en su propio beneficio, sino para que alimenten las decisiones del parlamento, de los gobernantes y de los jueces pues si la democracia es de verdad el gobierno del pueblo, por y para el pueblo, pienso que hoy tenemos que buscar las técnicas, las instituciones y los procedimientos que permitan que en el corazón de las decisiones públicas, y también de las privadas, este presente, cada vez con más fuerza e intensidad,  la centralidad de la dignidad del ser humana y todos y cada uno de sus derechos fundamentales. Casi nada.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana