La discusión sobre los fines del Estado se encuentra en el mismo origen de la historia de las formas políticas y ha caracterizado, como es sabido, el nacimiento y evolución del concepto del mismo Estado. Para unos, lo decisivo del poder es la supremacía y, para otros, lo fundamental, es efectividad de los derechos humanos.
Pues bien, algo de esto me parece que se puede detectar en dos relevantes libros, relativamente recientes, que intentan explicar el sentido del poder norteamericano en el mundo. Por una parte, tenemos el libro de Robert Kagan: “Poder y debilidad”, cuyo título es bien expresivo y, por otra, nos encontramos con la obra de Joseph S. Nye: “La paradoja del poder norteamericano”. Dos concepciones del poder que están en las antípodas y que reflejan hasta que punto reaparecen con diferentes matices las viejas ideas sobre los fines del poder.
Ambos escritores, además, fueron destacados asesores ligados a líderes políticos bien conocidos. Nye fue subsecretario de defensa de Clinton y Kagan uno de los ideólogos más influyentes de la Administración Bush. Para Kagan, que contrapone poder a debilidad, lo decisivo en el mundo actual es el poder político y militar. Desde esta perspectiva, poder y debilidad son realidades que se excluyen tanto que el poder es incompatible con todo lo que no sea hegemonía y dominio del enemigo, incluso por la fuerza. Kagan parece pensar que la única forma de mantener la posición en un mundo como el actual amenazado por el terrorismo es preservar la condición de superpotencia mundial de los Estados Unidos. Probablemente, la versión de Kagan se inscribe en un planteamiento de unlilateralidad, mientras que Nye, claramente, parte de otro punto de vista, más orientado a como influir más en el mundo, pero a costa de ganarse a sus aliados desde la multilateralidad. Kagan cree más en el poder bélico y Nye es partidario de la diplomacia y censura la amenaza y la gratificación por los servicios prestados.
En realidad, el problema que se trasluce entre líneas no es otro que el de cuál debe ser la naturaleza del papel de Estados Unidos en el mundo, o el de la supremacía militar o el de promotor, en colaboración con otros Estados, de la efectividad de los derechos humanos, la separación de poderes y el Estado de Derecho.
Con frecuencia, desde la vieja Europa se renuncia a la propia identidad desde un pensamiento débil y desde una tolerancia negativa que está liquidando las señas de identidad que tanto asombraron al mundo siglos atrás cuando se abolió la esclavitud, se apostó por la democracia, se terminó la arbitrariedad-al menos teóricamente-, se afirmó la igual dignidad del hombre y la mujer…Hoy en Europa, por falta de estadistas, por la proliferación de políticos que sólo miran sus intereses, por falta de sentido de la historia, por miedo a la verdad, por tantas cosas, el viejo continente se está descomponiendo como realidad y espacio cultural para ser entregado precisamente a quienes están en contra de los principios del humanismo, llámese occidental o cristiano, que alumbró de esperanza y de vida a todo un continente que buscaba la libertad y la igualdad entre todos los hombres.
Por eso, el Estado de Derecho que surge en Europa, que se declara partidario de los derechos fundamentales, de la separación de poderes y del principio de juridicidad, no puede entregarse. En esta tarea es imprescindible que Estados Unidos y Europa trabajen conjuntamente, apostando más por la multilateralidad que por la amenaza y, sobre todo, que se analicen las causas de ese profundo odio que se está insuflando en grandes masas de gentes en todo el mundo. De nuevo, la lucha por los derechos humanos requiere de análisis serios y de medidas concretas adecuadas a la magnitud de los nuevos acontecimientos, conscientes de que, si no se actúa con inteligencia y firmeza, nos dirigiremos a un nuevo período de la historia en que la dignidad humana, la democracia y la separación de poderes brillaran por su ausencia.
Esperemos que el nuevo presidente de los Estados Unidos trabaje en esta dirección y que la dimensión economicista de la Unión Europea deje paso a un compromiso más firme con la dignidad humana y los derechos fundamentales, individuales y sociales, de todas las personas. Casi nada.
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