La última entrega del CIS vuelve aponer en el candelero la preocupación ciudadana por la corrupción, que crece de nuevo. Y lo hace a pesar de las normas que se han aprobado, que ni son pocas, ni son malas. El problema, entonces, si no se resuelve con normas y procedimientos, habrá que buscarlo en la calidad moral de las acciones de los sujetos públicos y privados, porque la corrupción, es bien sabido, es siempre cosa de dos.
“Adquirimos las virtudes mediante el ejercicio previo; como en el caso de los demás actos; pues lo que hay que hacer después de haber aprendido lo aprendemos haciéndolo; por ejemplo, nos hacemos constructores construyendo casas. Así también, practicando la justicia nos hacemos justos; practicando la templanza, templados; y practicando la fortaleza, fuertes”.
Esta cita proviene de la Ética a Nicómano del viejo Aristóteles. Me parece que responde a lo que se denomina sentido común y que permite afirmar que la política, la acción pública en general, debe poseer un relevante carácter ético, proveniente de una misma fuente en la acción libre de los ciudadanos, sin que exista un ámbito previo que fuera éticamente neutral. Así la teoría general de la acción es la ética misma. Es en la praxis donde se pone de manifiesto el compromiso ético, como es en lo concreto donde se demuestran las convicciones y orientaciones ideológicas. Hoy, las apelaciones generales y abstractas cada vez tienen menos interés y es la dimensión práctica el lugar en donde se manifiestan los valores.
Estas consideraciones me parecen de gran interés. Sobre todo porque hasta no hace mucho estábamos acostumbrados a juzgar a posteriori sobre las acciones cuando lo decisivo para esta comprensión de la Etica es tener presente que el valor positivo o negativo de las acciones humanas constituyen su propiedad esencia. Como señala Aristóteles “…. Construyendo bien serán buenos constructores y construyendo mal, malos” Aquí esta la clave: “la buena acción es un fin”.
Una cosa es la técnica y otra la ética. No es que sean conceptos contradictorios, pero cuando la técnica se coloca en el plano de la ética, nos encontramos con la siguiente afirmación, radicalmente falsa y fuente de muchos problemas: existe un fundamento premoral de las acciones humanas que permite un espacio de neutralidad en el que pueden alcanzarse consensos carentes de justificación ética. Más bien, lo que demuestra la experiencia universal y la dimensión ética es que la acción humana está radicalmente unida al fin del ser humano en cuanto tal y es en la acción concreta donde se hace patente, o no, esa dimensión humana. Por eso, la teoría general de la acción es la ética misma, porque desde su inicio ha de considerar un fin comprensivo de todas las acciones humanas.
En otras palabras, si al actuar en el ámbito público, lo hiciéramos siempre buscando el servicio objetivo al interés general, otro gallo cantaría. Por el contrario, cuando lo que se persigue es el beneficio económico, el medro personal, la laminación del enemigo o del adversario, la corrupción está servida. Y mientras no mude el fin de la acción u omisión, por muchas normas y procedimientos que se aprueben, seguiremos inmersos en esa lacra social tan difícil de extirpar. Ni más ni menos.
Jaime Rodríguez-Arana Muñoz
Catedrático de Derecho Administrativo
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