La Universidad de Harvard suele ocupar todos los años uno de los primeros puestos en el ranking de excelencia universitaria. En su campus enseña un  buen puñado de premios Nobel. Los estudios y análisis de sus institutos de investigación y de sus profesores influyen poderosamente en la opinión pública. Por eso, llama la atención, y no poco, que uno de los estudios más relevantes de Halperín, investigador del departamento para la Salud Global y la Población, sobre el Sida en países en vías de desarrollo  haya pasado prácticamente desapercibido entre nosotros.
En efecto, el estudio de Halperín, en el que estudia la eficacia de las políticas contra el sida de 1997 a 2007, concluye que en los países más pobres, aquellos en los que el sida es más frecuente,  la repentina y clara disminución de la incidencia de esta enfermedad se debe a la reducción de los comportamientos de riesgo. El trabajo se ha publicado en la revista Plosmedicine.org y ha sido financiado por la agencia de los EEUU para el desarrollo industrial y por el fondo de la ONU para la población y el desarrollo.
El caso es de Zimbague es paradigmático de estas políticas contra el sida. La política de salud pública seguida en este país, basada en la abstención de las conductas de riesgo y la fidelidad conyugal, ha provocado empíricamente un descenso relevante de la enfermedad. Estas políticas pasan fundamentalmente por  el abandono del dogma de que el preservativo es la única solución. Más bien, tal y como señalara el máximo exponente de la lucha contra el sida de la Universidad de Harvard en 2009 Edward Green, existe una relación entre una mayor disponibilidad de preservativos y una mayor tasa de contagios del sida.
El caso de Zimbague demuestra la relevancia que tiene, en la eficacia de estas medidas, el hecho de que los medios de comunicación hayan apoyado estas políticas. Su apoyo es determinante para que la ciudadanía comprenda mejor el valor de la estabilidad familiar y de la fidelidad conyugal, cualidades básicas para implementar una política que pueda luchar realmente contra esta lacra del sida.
Las investigaciones de Halperín, insisto, han pasado de puntillas por la opinión pública en los países “desarrollados”. Por una poderosa razón: por estos lares el pensamiento único parte del presupuesto de que las conductas de riesgo son lo normal y por ello deben promoverse desde las terminales de los poderes públicos y de quienes se benefician económicamente de la producción de preservativos y de la práctica de abortos. Sin embargo, la realidad demuestra lo obvio: la mejor forma de luchar contra el sida es la abstención de las conductas de riesgo. Dónde se ha impulsado, los resultados son los que son. Los que todos conocen.
El problema, como destaca el profesor Helperín, radica en que es necesario enseñar a evitar la promiscuidad y promover la lealtad y la fidelidad apoyando iniciativas que busquen construir en la sociedad afectada por el sida una nueva cultura. Una nueva cultura que parta de la centralidad que tiene para diseñar un espacio público libre y plural la estabilidad y los valores humanos.
 
Mientras que el pensamiento único prevalezca y siga adormilando la conciencia de tantos millones de seres humanos, entregados a una vida plana y carente de perspectiva crítica, será difícil, muy difícil, poner en marcha políticas humanas de alto voltaje solidario. El estudio de Harvard, tan oculto como silenciado por la tecnoestructura, demuestra que este mundo precisa de una honda labor de humanización en todas las políticas públicas, en todas. También la las políticas de salud pública.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es