Se cumple este año e XXV aniversario del fallecimiento de Friedrich A.Von Hayek,(1899-1992), uno de los pensadores que mejor supo entender el liberalismo y adaptarlo al mundo contemporáneo. Aunque no siempre fue bien entendido, como suele ocurrir con las mentes geniales, siempre trató de afirmar la libertad frente a los totalitarismos y la intervención asfixiante del Estado en la vida de los ciudadanos.
El Estado de Bienestar en su versión estática ha traído consigo una cierta anulación de los valores individuales. El protagonismo lo ha asumido el Estado. El aparato público ha sido el gran configurador, el gran definidor de los intereses generales de manera exclusiva. Se ha producido un sistemático olvido de la persona y un convencimiento de que la estructura pública, la poderosa burocracia, a la que no se reparó en dotar de toda clase de medios, ya se encargaría de solucionar todos los problemas.
En los sistemas intervencionistas el Estado ha intentado frecuentemente subsumir a la sociedad apoderándose, sin empacho alguno, de los grupos y pequeñas comunidades que podrían levantar la voz para protestar ante tanto abuso. El Estado-Providencia estático ha intentado definir lo que necesitan los ciudadanos, sin contar con ellos. Las demandas de participación han quedado sin contestación y, lo que es más grave, se ha suscitado una manera de estar en la sociedad a merced del poder público.
Hayek siempre pensó, acertadamente, que el Estado había asumido muchas funciones, muchas más de las que le son propias, ocasionando no solo innumerables problemas económicos –crisis fiscal- sino una situación de dependencia ciudadana y de pasividad letales. En efecto, como señalara con clarividencia Hayek, la seguridad prima sobre la libertad y los individuos dejan de ser ciudadanos para ser administrados sujetos a un colosal y creciente aparato público que además de agostar cualquier iniciativa social provoca paradójicamente un retroceso social como el que a día de hoy registran tantos países.
Es decir, el Estado está para fomentar, promover y facilitar que cada ser humano pueda desarrollarse libre y solidariamente como tal a través del pleno ejercicio de todos y cada uno de los derechos humanos. Por tanto, el ser humano, la persona es el centro del sistema, el Estado está a su servicio y las políticas públicas también.
En este contexto surge espontáneamente el principio de subsidiariedad y se justifica que el Estado sólo debe actuar cuando así lo aconseje el bien común. Es más, debe el Estado hacer posible una sociedad más fuerte, más libre, más capaz de generar iniciativas y con mayor capacidad de responsabilidad política. El Estado debe permitir, hacer posible, que cada ciudadano se desarrolle plenamente libre y solidariamente y que pueda integrarse en condiciones dignas en la sociedad. Casi nada.
Jaime Rodríguez-Arana @jrodriguezarana
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