Hasta hace algún tiempo nadie dudaba, no se sabe con base en qué fundamentos científicos, que la igualdad de sexos era la consecuencia mecánica de la llamada coeducación universal. Hoy, sin embargo, están siendo los modelos educativos en el Norte de Europa, en el Reino Unido y en EEUU, también en el ámbito de la enseñanza pública, los que a marchas forzadas  abandonan un dogma que era, que fue, uno de los grandes mitos de la progresía del siglo pasado.
 
En el presente, aunque algunos se rasguen las vestiduras, resulta que un psicólogo y médico norteamericano llamado Leonard Sax, se atreve a desafiar al pensamiento políticamente correcto apelando a la libertad de los padres como argumento para justificar la existencia de diferentes modelos educativos sobre los que elegir el que se considere más adecuado para sus hijos. Algo que, por otra parte, no escandaliza más que en aquellas latitudes en las que el inmovilismo y la atadura a los privilegios y prerrogativas permiten seguir alimentando esquemas de pensamiento único. Es decir, la coeducación es superior a la educación diferenciada, y punto. Y, por supuesto, el ejercicio de la libertad se equipara a la discriminación. Como existe temor reverencial a la libertad,  lo que es  ejercicio de la libertad de los padres, un derecho constitucionalmente reconocido, se denomina separación o segregación.
 
En algunos países nórdicos hasta la educación pública ofrece, como debiera ser en cualquier sistema político libre, aulas para chicos, aulas para chicas y aulas mixtas. Viva la libertad, que cada padre elija, también en la educación pública, el modelo de su preferencia. Imponer un sistema único de educación que, además, ha demostrado su incapacidad para reducir las diferencias es algo trasnochado, antiguo y, si se me permite la expresión, retrógrado. Cómo retrógrado es todo ejercicio de laminación de la libertad por mucho que se pretenda presentar bajo otras denominaciones.
 
Sin embargo, cómo todavía persiste esa benéfica presunción de que la izquierda, y sus dogmas, gozan de patente de corso para hacer lo que quieran,  seguimos instalados en el modelo único. Claro, dentro de varios años no nos quedará más remedio que abandonar este planteamiento ideológico y sumarnos a los modelos inspirados en la libertad, aunque solo sea porque ya no hay dinero público para seguir manteniendo los privilegios, prerrogativas y poltronas de los de siempre, que son quienes bajo ningún concepto aceptan las reformas.
 
En fin, ahora que estamos a tiempo y que vamos en el vagón de cola de la educación en Europa, ¿por qué no somos capaces, como otros países, de ir en vanguardia, también en este tema?. Es hora de sacudirnos los estereotipos ideológicos y apostar por la promoción de la libertad, también, solo faltaría, en la educación pública. La Constitución de 1978, para quien la quiera leer es clara: los poderes públicos crearán las condiciones para que la igualdad y la libertad de los ciudadanos y de los grupos en que se integran sean reales y efectivas, removiendo los obstáculos que impidan su realización.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.jra@udc.es