Hace algún tiempo nadie dudaba, no se sabe con qué fundamentos científicos, que la igualdad de sexos era la consecuencia mecánica de la llamada coeducación universal. Hoy, sin embargo, están siendo los modelos nórdicos los que a grandes velocidades abandonan un dogma que era, que fue, uno de los grandes mitos de la progresía del siglo pasado.
 
En el presente, aunque algunos se rasguen las vestiduras, resulta que un psicólogo y médico norteamericano llamado Leonard Sax acaba de publicar un artículo en el que alcanza conclusiones políticamente incorrectas para los defensores del mito de la coeducación, para los seguidores del pensamiento único.
 
En efecto, según este académico norteamericano la ignorancia del mundo educativo sobre este particular es sorprendente porque los profesores han renunciado a aceptar las diferencias naturales de género. En efecto, muchos docentes, adoradores del dogma de la coeducación, no son capaces de distinguir las diferencias entre chicos y chicas, demostradas  científicamente, de agudeza auditiva o de desarrollo cognitivo, ni saben porque hay diferencias en la expresión de los sentimientos, en qué ambientes aprenden mejor unos y otras…
 
En algunos países nórdicos hasta la educación pública ofrece, como debiera ser en cualquier sistema político libre, aulas para chicos, aulas para chicas y aulas mixtas. Viva la libertad, que cada padre elija, por supuesto en la educación pública, el modelo de su preferencia. Imponer un sistema único de educación que ha demostrado su incapacidad para reducir las diferencias es algo trasnochado, antiguo y, si se me permite la expresión, retrógrado.
 
Sin embargo, cómo todavía persiste esa benéfica presunción de que la izquierda, y sus dogmas, gozan de patente de corso para hacer lo que quieran,  seguimos instalados en el modelo único. Claro, dentro de varios años, no nos quedará más remedio que abandonar este planteamiento ideológico y sumarnos a los modelos inspirados en la libertad, aunque solo sea porque ya no hay dinero público para seguir manteniendo los privilegios, prerrogativas y poltronas de los de siempre.
 
En fin, ahora que estamos a tiempo y que vamos en el vagón de cola de la educación en Europa, ¿por qué no somos capaces, como otros países, de ir en vanguardia, también en este tema?. Es hora de sacudirnos los estereotipos ideológicos y apostar por la promoción de la libertad, también, solo faltaría, en la educación pública. La Constitución de 1978, para quien la quiera leer es clara: los poderes públicos fomentarán la libertad de elección de los padres…
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.