La creciente y peligrosa abstención que se registra en los últimos tiempos en los procesos electorales celebrados en el mundo occidental, Estados Unidos incluido lógicamente, es considerada una manifestación de la apatía, desafección y distancia de los ciudadanos con los partidos y sus dirigentes.
Con la excepción de las últimas elecciones en Francia, 80% de participación, las inglesas registraron el 66% y las suizas de 2011 el 50%. En este caso, el sistema electoral ofrece la solución a esta patología. En Suiza, como es sabido, los cuatros partidos más votados forman una coalición en la que el presidente rota cada año. En el caso francés, la alta participación es explicada por los expertos porque la juventud y las denominadas clases sociales bajas, reacias al voto tantas veces, fueron movilizadas por las elecciones probablemente por la aguda crisis que golpea especialmente a estos sectores.
En España, como sabemos, la abstención es también bastante alta. En ocasiones, hasta llega a ser la opción más apoyada por la ciudadanía si es que se pudiera dotar de expresión numérica a esta expresión política. Que la gente decida en proporciones altas, 30 o 40%, quedarse en casa y no acudir a votar es, quien lo puede dudar, una mala noticia.
Las causas de tal situación algunos, entre nosotros, las buscan el sistema electoral. Dicen, y nos les falta razón, que el sistema proporcional ideado para la vuelta de la democracia buscaba fortalecer a las cúpulas de los partidos. A día de hoy están tan fortalecidas, que se han petrificado aislándose de la sociedad  convirtiéndose, unas más que otras ciertamente, en auténticos poderes absolutos. Los diputados responden ante la cúpula no ante los ciudadanos, algo que, sin embargo, garantiza el sistema mayoritario. Sistema que, sin embargo, tiene un gran problema y es de los votos de quien no obtiene la mayoría.
Es verdad que los sistemas deben adecuarse a la realidad y al tiempo. En España, desde luego, el sistema, si se pretende que la ciudadanía se involucre en los asuntos de interés general,  debe cambiar y mucho. Como deben cambiar, y mucho, los hábitos directivos en los partidos políticos y, sobre todo, la normativa de organización y funcionamiento de éstos. No es cuestión solo de abrir las listas como algunos pretenden. Se trata de abrir los partidos a la sociedad, especialmente a los militantes, para que las decisiones respondan al ideario de la formación, para que la militancia controle y sea informada de las principales decisiones y nombramientos.
La abstención electoral es la que es, la que corresponde al momento y a la situación en que nos encontramos. Probablemente algunos responsables estén cómodos con la participación acostumbrada en estos tiempos. Sin embargo, si de verdad queremos caminar por senderos de calidad democrática y que el espacio público sea plural y abierto, las cosas deben plantearse en otros términos. Sencillamente se trata de pensar cómo hacer de la democracia un sistema político y de gobierno real. Nada más, y nada menos que eso. Que vuelva el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Que vuelva la política con mayúsculas. ¿Es pedir tanto?.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es