Es común escuchar que los partidos políticos existen para la conquista del poder. Y es verdad, quien lo puede dudar. La cuestión es que para algunos esa tarea es un medio para la mejora de las condiciones de vida del pueblo, y, para otros no es más que el la forma, como sea, de alcanzar por el procedimiento que sea el poder.

El poder es el medio para hacer presente los bienes que la gente precisa, es la expresión del compromiso con el bienestar integral de todos, algo que en ocasiones se pierde de vista cuándo en lugar del compromiso con el conjunto, se prefiere atender a una parte como forma de mantener el poder cuándo no de abrir brechas y heridas entre unos y otros. El poder tiene una clara dimensión relacional y se fundamenta en su función de crear los presupuestos para el pleno desarrollo del ser humano. En ocasiones, sin embargo, el poder se utiliza para impedir el desarrollo humano integral, bien impidiendo que algunos seres humanos lleguen al ser, bien restringiendo o amputando expresiones fundamentales de la libertad.

Hoy es conveniente, desde luego,  volver a recordar que el poder político se justifica en función de hacer posible los fines existenciales del hombre: de posibilitarlos, no de realizarlos porque para eso está la libertad, ni de prejuzgarlos, porque la elección y procura de los propios fines, solo faltaría, es libre y competencia exclusiva de cada individuo. Es más, puede afirmarse sin temor a equivocarse que el poder público se legitima en la medida en que su ejercicio se orienta a este objetivo.

Como capacidad de acción, el poder se alimenta de los medios, por ejemplo, de una Administración eficaz al servicio del pueblo, de la legitimidad, derivada de los procedimientos y contenidos democráticos, y, consecuentemente, del pleno respeto a los derechos humanos de todos. Además, el poder se refuerza extraordinariamente por la autoridad moral de quien lo ejerce por su iniciativa e impulso así como por la capacidad de la organización partidaria que lo apoya.

Cuándo el poder gira en torno al eje control-dominio, algo frecuente en este tiempo, entonces el poder se levanta ante el ciudadano, no como un medio su disposición, sino como una realidad sustantiva que, como un nefasto resorte que lo oprime y lo somete. ¿De que sirven, entonces, los servicios que el “poder” proporciona al pueblo cuándo pierde su naturaleza relacional?. De muy poco porque son cadenas o herrajes que quiebran su libertad, y acrecientan su independencia.

El poder, como cualquier realidad humana, puede, por tanto, orientarse a la luz o a la sombras. Puede ser tomado, genéricamente, como arma de opresión o instrumento de servicio. Pues bien, las políticas centristas normalmente plantean las cuestiones en torno al poder en clave de atención a la gente,  las políticas maniqueas, cainitas, hoy de moda en tantas latitudes, como instrumento para la perpetuación en el mando. Así de claro.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana