La editorial Trotta acaba de editar, bajo el provocador título de Crisis de la República, una serie de textos, entrevista inlcuida, con la filósofa alemana Hannah Arendt. Una pensadora que ciertamente hace pensar, antes y ahora. El libro reproduce una serie de ensayos y comentarios de Arendt sobre diversos temas relativos a la mentira en política, a la violencia, al Guerra de Vietnam o a los movimientos de los sesenta que, a día de hoy, no solo no tienen desperdicio sino que ayudan sobremanera contemplar la realidad política con perspectiva crítica.
Arendt siempre censuro la tendencia tecnocrática del poder político así como el dominio de la acción política por el marketing. Hoy, como se aprecia cotidianamente, tanto la dimensión tecnocrática del poder como, por otro lado, la conversión en espectáculo de la política campa a sus anchas por una razón que Arendt ya entreveía en su tiempo.
Efectivamente, si el ciudadano y las asociaciones comunitarias articuladas por la espontaneidad social no son el centro del espacio público, éste es dominado, como ahora acontece, por los partidos políticos, por la ideología y la propaganda. Si a eso añadimos la alianza estratégica orquestada por los poderes mediáticos, los poderes financieros y los políticos, entonces nos encontramos con lo que Fukuyama denomina privatización del espacio público.
Pues bien, en este escenario la mentira, el engaño, el cálculo se adueñan del ejercicio de la política, que se acaba convirtiendo, en una actividad desvinculada del interés general y asociada, a veces hasta groseramente, con la dictadura de lo privado, que tiñe de corrupción todo lo que toca.
En este contexto, denunciado por Arendt décadas atrás, se crea el caldo de cultivo idóneo para la emergencia del populismo y la demagogia que, jaleados por esa visión marketiniana, de espectáculo político, conduce al esperpento que contemplamos. Una situación que reclama el protagonismo ciudadano y la consiguiente liberación del espacio público de tanto dominio de intereses privados.
En estos días en España, por ejemplo, no hay más que encender el televisor en los horarios de mayor audiencia para comprobar en que se ha convertido la gestión y dirección de los asuntos públicos. No hay más que ver y escuchar algunos discursos de algunos políticos, ocupados única y exclusivamente, en trabajar a destajo en la instauración de esta concepción de la política y el poder que ya en su día denunció Hannah Arendt.
En fin, la lectura de nuevo de Arendt en este tiempo constituye una bocanada de aire fresco en un mundo en el que la dictadura de lo tecnoestructural del espacio público y la conversión de lo político en puro divertimento y entretenimiento, confirman el peligro de la banalización de una actividad orientada y dirigida, nada menos, que la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos en un ambiente de centralidad de la dignidad del ser humano.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
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