Las sesiones del Foro de Davos de 2016, como es sabido, se centraron en la denominada cuarta revolución industrial. Una revolución sin precedentes centrada en el factor tecnológico que a pesar de los pesares no ha llegado ni mucho menos al común de los mortales. Más bien, solo una minoría muy concreta ha conseguido incrementar sus ingresos y mejorar su calidad de vida a través de los elementos sin duda positivos que ofrece el mundo digital.
Pues bien, a comienzos de este año Random House Mondadori publicó los textos del debate del año pasado. El libro es bien relevante pues no es, como pudiera pensarse, un canto a las bondades de la globalización y de la implantación de las nuevas tecnologías. Alerta de los problemas de desigualdad que un mundo dominado por robots y máquinas puede ocasionar en el empleo a nivel planetario. Aunque, por otro lado, hemos de pensar en los nuevos trabajos que las nuevas tecnologías traen consigo, por ejemplo, en áreas como energía, biología, sanidad o medioambiente.
Los gobiernos y administraciones públicas cada vez tienen más problemas para que la función reguladora incluya a las nuevas tecnologías que, en muchos casos, escapan de los controles nacionales. No hay más que pensar en las consecuencias del reciente conflicto entre Apple y el FBI en relación con un iphone encriptado, para comprender los desafíos que las nuevas tecnologías plantean en tantos ámbitos. La seguridad cibernética preocupa y no poco a las grandes y pequeñas corporaciones porque efectivamente la delincuencia hoy opera, y de modo muy eficaz, en la red.
En relación con la proyección de las nuevas tecnologías en relación con los gobiernos y administraciones públicas hay que buscar una más fácil y accesible comunicación entre poder público y ciudadanos. A veces, no pocas, los sistemas de información que se diseñan piensan más en la propia estructura administrativa, o en el beneficio empresarial, que en las necesidades de los ciudadanos. Y así nos va. Cuantas veces en lugar de mejorar esa comunicación, se dificulta y hasta se hace más oscura e incomprensible.
Por eso, para que estos ambiciosos y costosos programas gubernamentales surtan los efectos deseados han de contar desde su diseño y realización con la participación ciudadana, con la presencia de usuarios de servicios públicos y de interés general. Algo que no siempre es frecuente por el predominio de una perspectiva piramidal y tecnoestructural del manejo y realización de las reformas administrativas.
En efecto, impulso de las tecnologías ha de fomentar más transparencia implicando más a los ciudadanos. El pueblo es el dueño de las instituciones públicas y de los procedimientos y por ende debe estar presente en el diseño y evaluación del uso de las nuevas tecnologías en la Administración. De lo contrario, seguiremos instalados en ese despotismo administrativo tan frecuente para el que lo relevante es mantener el poder a través de las estructuras y diseños burocráticos con un olvido sistemático de lo fundamental: la calidad de vida de la gente. Si las nuevas tecnologías lo facilitan, bienvenidas sean, si lo perjudican, que se apliquen siempre de acuerdo con esta sentencia: o las TICS o sirven para la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, o, sencillamente, no sirven. Así de claro.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
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