Pensar que el sistema democrático es perfecto y que funciona sólo es un gran error. Es lo que Benjamín Constant describió tan lúcidamente en el caso del gobierno jacobino en Francia. Y es lo que advertía con proverbial clarividencia uno de los más famosos pensadores liberales como  Isaiah Berlín. Precisamente, en el libro «Isaiah Berlin en diálogo con Ramón Joahnbeglod», ante la pregunta que le hace su famoso contertulio sobre el apoyo que puede dar a la democracia su teoría del pluralismo, Berlín no dudó en reconocer que en ocasiones la democracia puede ser opresiva para las minorías y los individuos, porque no es necesariamente pluralista; puede ser monista: la mayoría hace lo que quiere, por cruel, injusto o irracional que parezca.
 
Es más, Berlín señala que puede haber democracias intolerantes. La democracia no es pluralista «ipso facto». Más bien, la democracia debe ser  plural en la medida que exige consulta y compromiso, y que reconoce las reivindicaciones -los derechos- de grupos e individuos a los cuales, excepto en situaciones de crisis extrema, está prohibido excluir de las decisiones democráticas.
 
La democracia, uno de los valores más preciados de la humanidad, debe ser construida y alentada todos los días. No funciona sola ni existe ninguna garantía de que sin exigencia y sin compromiso no degenere en demagocia. Lo vemos a diario, y ahora con más intensidad.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana