La lucha contra la corrupción es una cuestión difícil y delicada que no debe reducirse únicamente a la promulgación de normas jurídicas o a la creación de unidades administrativas especializadas. Sin un clima social adecuado es casi imposible que prosperen eficaz y efectivamente las medidas formales adoptadas contra la corrupción. Es necesario, por tanto, promover un ambiente de educación ética exigente, así como subrayar la importancia del ejercicio de las cualidades democráticas y de las llamadas virtudes cívicas.
En el marco de la empresa, y también de la Administración, la forma más eficaz de luchar contra la corrupción es no ponerse en peligro de caer en ella. ¿Cómo se consigue?. Sencillamente, evitando prácticas que pueden abocar a la corrupción en los negocios, manteniendo un tono alto de profesionalidad y buscando la calidad y las buenas prácticas.
Es posible que los códigos de conducta puedan prestar un adecuado servicio siempre que su contenido permita su aplicación real y que vayan acompañados de una intensa labor formativa en la que se expliquen, en general y en concreto, los principios de la Ética. También en el marco del sector público cuando se conocen prácticas de corrupción hay que actuar con firmeza reaccionando inmediatamente pues, de lo contrario, se estarán dando pasos hacia la corrupción institucionalizada. Si se sancionan rápidamente este tipo de conductas es evidente que la organización recibe un mensaje claro y eficaz sobre esta cuestión.
La clave de la lucha contra la corrupción no está tanto en la persecución del delito como en la función de prevencion pues no hay que olvidar que determinados preceptos legales, como los contratos con la Administración pública, subvenciones, concesiones… pueden favorecer la falta de transparencia y la arbitrariedad y, por ende, las posibilidades de corrupción. De ahí la importancia de vigilar el cumplimiento de estas leyes y, lo que es más importante, elaborar un programa educativo exigente, tanto en la educación básica como en la profesional, que subraye la trascendencia de la sensibilidad ética, transmita criterios solventes de rectitud moral y, como es lógico, fomente una actitud favorable a la lucha contra la corrupción. Al final, debe quedar claro que una actitud ética exige, sobre todo, la decisión personal de querer ser honrado y parecerlo. Algo que hoy no brilla por su presencia.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
Muy claro su editorial. En Argentina sufrimos varias generaciones el virus contagioso y desigual de la corrupción. Virus que encuentra su mejor caldo de cultivo en el poder gobernante que, aunque en “democracia “, pretende una monarquia eterna y monocorde. Todo esto logrado con la colaboración absoluta del poder judicial, que sin el, le sería muy difícil sostenerse.
La corrupción no solo mata físicamente, en la falta de Salud, rutas y hasta de carceles más humanas. Mata las ideas, de progreso, el impulso de compartir, de abrir el corazón a nuestros congéneres. Se aprovecha de la baja calidad de la educación para poder seguir arriando al pueblo como ganado. Finalmente, la corrupción nos roba el alma, aquel espíritu forjador y creativo que heredamos de nuestros nobles y sanos antepasados.