Ciertamente, una política genuinamente democrática –la política de centro lo es- sólo puede desarrollarse en la medida en que una sociedad alcanza estándares adecuados de seguridad en todos los órdenes y de maduración social. En efecto, las políticas democráticas en entornos económicamente subdesarrollados, socialmente inmaduros o desequilibrados, culturalmente inertes o convulsos, presentan necesariamente graves deficiencias y corren el riesgo de reducirse a puras formalidades que esconden, como demuestra la experiencia histórica, la acción de oligarquías, de uno u otro signo, más o menos encubiertas. En nuestro país, las consecuencias de la crisis y su hábil conducción con el populismo ha supuesto un paso atrás en ese escenario en el las políticas moderadas suelen encontrar el terreno abonado.
El equilibrio político, una cualidad que reclama la moderación, es una exigencia y una condición del centro político. El político sólo podrá responder a esa exigencia si su tono ético y su inteligencia le permiten sobreponerse a las presiones y sortear las tensiones –cuando fuere el caso- que el juego de la vida social lleva implícitas. El político de centro no está comprometido con un segmento, ni con una mayoría por amplia que fuese, sino que lo está con todos, aunque la base social que constituye su soporte serán necesariamente los sectores más dinámicos, activos y creativos del cuerpo social. En cambio, la visión radical, hoy presente en la contienda electoral, a pesar de presentarse justo como lo que no es, aspira exclusivamente a instaurar ese nocivo pensamiento e ideología de la confrontación y del resentimiento que ciertamente se ha facilitado con determinadas políticas poco humanas y poco solidarias.
La acción política debe tener muy en cuenta la opinión pública. Sería suicida, pero sobre todo sería inadecuado e injusto, actuar de espaldas a ella. Pero la acción política centrista no puede plantearse como un seguidismo esclavizado de esa opinión, tal y como tristemente acostumbra a practicar.
La atención a la opinión pública no significa sólo atención a la opinión mayoritaria, ni mucho menos. El político de centro debe tener particular sensibilidad para atender a las demandas de grupos y sectores minoritarios que manifiestan un especial compromiso ético en la solución de graves problemas que aquejan a nuestra sociedad, y trascendiéndola, al mundo entero, y que representan, en cierto modo, aquello que se denominaba conciencia crítica de la sociedad.
La conciencia ecológica, el antimilitarismo, el reparto de la riqueza, el compromiso con los desfavorecidos, la crítica de una sociedad consumista y competitiva, la reivindicación de la dignidad de la condición femenina, la denuncia de una sociedad hedonista y permisiva, etc., son tantas manifestaciones de una particular sensibilidad ética. A veces –es cierto- estas tomas de postura se hacen con manifestaciones desmesuradas y reduccionistas o totalizantes, que nunca el político de centro debe dejar de tener presente, con el equilibrio y mesura que deben caracterizarle. Una respuesta cumplida a las demandas y expectativas de la sociedad de nuestro tiempo, requiere estar abierto también a las nuevas sensibilidades y hacer una ponderada valoración de sus diversas manifestaciones, sabiendo distinguir los compromisos auténticos de los oportunismos y de las estrategias de lucha partidista. Casi nada.
Jaime Rodríguez-Arana Muñoz
@jrodriguezarana
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