Atendiendo a las finalidades de la vida política, no debe ser difícil en convenir que la política es una tarea ética, pues a su través debe posibilitarse el libre y solidario desarrollo del ser humano. La política debe propiciar que las personas se comprometan en el desarrollo de la sociedad, que libremente asuman su solidaridad con sus conciudadanos, sus vecinos.
No se trata de que desde la política deba hacerse una propuesta ética, cerrada y completa, que dé sentido entero a la existencia humana. Lejos de cualquier propuesta comunitarista cerrada o exagerada, es fundamental subrayar la libertad de conciencia del individuo. Pero también lejos de todo individualismo ingenuo, la clave se encuentra en la posición central del ser humano en la tarea política. La persona en su circunstancia real, el individuo en su entorno social, el vecino, la vecina, con sus derechos, con su dignidad inalienable, sea la que fuese su posición y su situación, constituyen el metro para medir la dimensión de la acción política. En ningún sitio es más cierto que en la política que el hombre es la medida de todas las cosas.
No puede entenderse esta afirmación en el sentido de que el pacto social o político sea el principio absoluto de la estructuración del ser humano y de la sociedad. Es imposible concebir al individuo humano desvinculado de un entorno, de una cultura, de una sociedad desde cuyo “humus” ejerza su individualidad. Tal pretensión es tan ilusoria como la de una revolución absoluta que dé comienzo, desde cero, a la construcción de la realidad social.
El solar sobre el que es posible construir la sociedad democrática es el de la realidad del ser humano , una realidad no acabada, ni plenamente conocida -por cuanto es personalmente biográfica, y socialmente histórica-, pero incoada y atisbada como una realidad entretejida de libertad y solidaridad, y destinada por tanto a protagonizar su existencia.
La política no puede reducirse, pues, a la simple articulación de procedimientos, con ser éste uno de sus aspectos más fundamentales; la política parte de la afirmación radical de la preeminencia de la persona, y de sus derechos, a la que los poderes públicos -despejada toda tentación de despotismo o de autoritarismo- deben subordinarse.
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de Derecho Administrativo.
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