Seguramente, una de las cuestiones que más preocupa a los teóricos de la política, es la de la incidencia del Mercado, o del Estado, en la democracia. El Estado abierto y plural al que aspiramos va quedando atrás mientras se gobierna, cada vez más perceptiblemente, desde esquemas de pensamiento único alejados de las preocupaciones reales de la ciudadanía en un intento, suave en las formas pero radical en su contenido, de un nuevo intervencionismo que busca el control social y la perpetuación en el poder.
Por lo que se refiere al Mercado, tendríamos que empezar reconociendo que es fundamental la existencia de posibilidades de elección lo que, al menos teóricamente, garantiza un sistema de intercambios voluntarios. El problema es que el Mercado no es la fuente de los derechos ni esa panacea que todo lo arregla. Es, como señala atinadamente Amartya Sen, una institución más entre un buen puñado de ellas, importante, por supuesto, pero ni la única relevante ni, por supuesto, la más importante. En este contexto, hemos de tener presente la aspiración a la democracia global que supone, entre otras cosas, la existencia de espacios mundiales de deliberación pública en los que a través de la racionalidad y la centralidad del ser humano se puede influir para que las versiones de pensamiento único, tanto del mercado como del Estado, se abran a perspectivas más plurales y más solidarias.
Promover el razonamiento público crítico es cada vez más importante si es que de verdad queremos que las decisiones políticas y económicas sean cada vez más justas y solidarias. Es más, gracias a la emergencia de este nuevo instrumento mundial para fortalecer la democracia, instituciones multilaterales del orden internacional han debido ir, poco a poco, modificando alguna de sus políticas económicas, lo que años atrás era, sencillamente, impensable.
La libertad de prensa juega un gran papel en la creación de un espacio abierto y libre de deliberación pública a nivel mundial. Junto a ella, las nuevas posibilidades que hoy ofrecen las nuevas tecnologías, están propiciando un escenario para el debate en numerosas weblog que permiten aflorar opiniones y puntos de vista que no tienen acceso a los medios tradicionales de comunicación quizás por no someterse a los dictados del pensamiento único, al pensamiento política y eficazmente correcto.
Hoy cada vez está más cerca la posibilidad de que todas las personas que quieran contribuir a que la globalización sea más justa y equitativa puedan hacerlo. La clave está en que los que toman las decisiones sean más partidarios del pensamiento plural, abierto y compatible y estén menos presos de esa obsesión por el dinero, el poder, el placer o la notoriedad, tan presentes y con tantos seguidores en este tiempo.
Un becario alemán de una institución financiera de la city londinense fallecía no hace mucho tras encadenar, nunca mejor escrito, una jornada de trabajo de 72 horas seguidas. Este mercado, guiado por la maximización del beneficio en el más breve plazo de tiempo posible, conduce a situaciones como esta. Unas veces trascienden a la opinión pública, pero la mayor parte de las veces pasan ocultas porque desprestigian un sistema inhumano, insolidario, manejado por unos pocos para unos pocos.
Mientras la razón y la sensibilidad social no impregnen también dentro del marco del beneficio, solo faltaría, la lógica del mercado, seguiremos sin salir de la crisis. Para ello es menester trabajar sobre los fundamentos del orden económico, político y social. Y sobre todo, que las convicciones sobre la centralidad del ser humano sean firmes y coherentes. Si resulta que también son negociables o susceptibles de transacción, aviados vamos. ¿O no?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.