La cuestión de la representación, en cualquiera de sus dimensiones, es, en este tiempo de zozobras y crisis, un tema polémico. Ni los partidos tienen el monopolio de la representación política, ni los sindicatos el de la representación de los trabajadores, ni las patronales la de los empresarios, ni los colegios profesionales la de los sectores que dicen representar. Incluso, a pesar de la potencia e intensidad con la que reaccionan ante determinados hechos, las redes sociales tampoco deben proclamarse como representantes únicos, ni siquiera mayoritarios de la opinión de los ciudadanos.
Esta afirmación se comprueba con sólo constatar las cifras reales de militantes de los partidos, de los sindicatos, de las patronales o de los colegios profesionales. No digamos si tenemos presentes los datos de la participación electoral en los comicios en que participan tales instituciones de relevancia general. Es decir, el mundo de la representación, tal y como lo hemos diseñado y construido hasta ahora, está en crisis y debe ser replanteado desde esquemas más abiertos, plurales, dinámicos y complementarios.
En el artículo de hoy, sin embargo, me propongo comentar brevemente un estudio del Pew Reasearch Institute acerca de twitter, una de las redes sociales más importantes del momento. La conclusión, bien polémica, desafía lo políticamente correcto, y por eso es motivo de reflexión. La conclusión es esta: la opinión predominante en twitter no es lo que la mayoría de la gente piensa. Veamos.
Uno de los últimos números de aceprensa, firmado por Juan Messeguer, trata agudamente tal cuestión, por lo que remito a su lectura. El estudio del instituto comparó durante un año las reacciones de la gente volcadas en twitter con las opiniones recogidas en las encuestas ante ocho grandes eventos de la vida pública de los Estados Unidos de América. Pues bien, este análisis concluye que, en contra de lo que muchos piensan, que solo ven con los ojos de las redes sociales, las opiniones expresadas en twitter difieren bastante de la opinión pública que se canaliza a través de las encuestas. ¿Las causas?. Unas veces, señala el informe, los tuiteros se pasan de progresistas y en otras ocasiones se pasan de conservadores. En todo caso, parece que la opinión predominante en twitter, según el informe del Pew Institute, es la progresista, que no siempre, ni mucho menos, coincide con la de las encuestas y sondeos. El caso de la elección de Obama o  el de la ley de California sobre el matrimonio son elocuentes.
Conviene tener presente para comprender las razones de este divorcio entre twitter y las encuestas varias consideraciones. En primer lugar, que sólo el 13% de los adultos de los EEUU usa esta red social y que únicamente el 3% tuitea de forma habitual. La mayoría de los usuarios son jóvenes y de izquierdas según el estudio del Pew Institute. En segundo término no se puede perder de vista que las opiniones vertidas en twitter pueden incluir a no votantes, menores de 18 años y extranjeros. Y, en tercer lugar, no todos los que opinan de política en la red se pronuncian sobre cada acontecimiento político concreto.
Meseguer recuerda al final de su análisis el famoso libro de Noelle-Newman, La espiral del silencio, para recordar que, en efecto, la gente trata de evitar el aislamiento cuando hay una controversia de valores. En estos debates los que mantienen posiciones populares se expresan sin complejos, abiertamente, mientras que quienes sostienen ideas impopulares suelen retirarse, también por medio a perder seguidores. Esta espiral de silencio que se desencadena en la vida offline en las polémicas sobre valores encuentra, dice Meseguer, terreno fértil en twitter.
En fin, la mentalidad crítica y la aspiración al pensamiento libre cada vez es más importante. Sobre todo en un mundo en que la tecnoestructura aspira a que todos sigamos a pies juntillas los dictados de los poderosos. Hoy los partidos no tienen el monopolio de la representación política, ni los sindicatos el de los trabajadores, ni los empresarios el de los empresarios, ni las redes sociales el de las opiniones de los ciudadanos.
A pesar de que estamos en el siglo XXI, la intensidad de la manipulación, desde tantas terminales, es muy potente. Tanto cuánto sutil. Por eso, precisamos replantearnos, de verdad, muchos dogmas y mitos de la arquitectura social, política y económica que hoy han caído, y muy hondo. El problema, como siempre, es que las resistencias a los cambios en quienes están en la cúpula son muy fuertes. Pero, tarde o temprano, como siempre ha acontecido, las aguas volverán a su cauce, cristalino y limpio.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es